CICTERRA   20351
CENTRO DE INVESTIGACIONES EN CIENCIAS DE LA TIERRA
Unidad Ejecutora - UE
libros
Título:
El continente de Gondwana a traves del tiempo
Autor/es:
BENEDETTO, J.L.
Editorial:
Academia Nacional de Ciencias
Referencias:
Lugar: Córdoba; Año: 2012 p. 437
ISSN:
978-987-98313-8-0
Resumen:
En cada momento de la historia los distintos campos de la ciencia estuvieron regidos por una idea central dominante o paradigma, aceptada por la mayoría de los científicos. Esto no implica necesariamente que sea ‘verdadera’ sino que es la mejor explicación disponible de algún fenómeno natural en un determinado contexto histórico. Hasta el siglo 19 el concepto de ‘inmutabilidad’ dominó ampliamente el pensamiento científico. Su origen hay que buscarlo en el dogma teológico de que en la naturaleza todo permanece tal como fue creado. La idea revolucionaria de que los seres vivos pueden cambiar a través del tiempo fue lanzada por Jean-Baptiste Lamarck en 1809, argumentando que los órganos que más se usan – por las exigencias de un determinado ambiente – tienden a desarrollarse más que aquellos que se usan menos, y que estas modificaciones se transmiten a la descendencia. Como era de esperar, esta idea de una ‘progresión orgánica’ desde formas más simples a más ‘perfectas’ fue rechazada de plano con el argumento de que la conformación de un ser vivo no se puede alterar sin graves consecuencias para el mismo, y que tal complejidad sólo puede ser producto de un Diseñador. Es interesante notar que el eminente anatomista francés Georges Cuvier, uno de los más críticos de Lamarck, ya se había dado cuenta que en la cuenca terciaria de París los fósiles de los estratos más antiguos eran muy distintos de los más jóvenes, ante lo cual apeló al Diluvio Universal, el único ‘evento’ que por su magnitud era capaz de exterminar todos los seres vivos, tras lo cual el planeta era repoblado por una nueva Creación. De allí la ligazón estrecha que existe entre las ideas ‘inmovilistas’, ‘creacionistas’ y ‘catastrofistas’. Pero sin proponérselo, Cuvier introdujo dos conceptos que fueron ampliamente retomados en épocas modernas, el de eventos catastróficos y el de extinciones masivas (§ 1.3). Charles Darwin, en su libro El Origen de las Especies, publicado en 1859, planteó que la selección natural es el motor de la evolución, aportando tal cantidad de evidencias y argumentos científicos que se tornó virtualmente irrebatible, aun cuando en ese tiempo no se conocían los mecanismos genéticos de la evolución. Demás está decir que el paradigma de la evolución orgánica rigió la biología de los últimos 150 años y abrió las puertas a espectaculares avances científicos y, sobre todo, a una comprensión integral de todos los procesos de la vida, desde la escala molecular hasta los grandes ecosistemas, y desde el origen de la vida hasta la biota actual. El físico norteamericano Thomas Kuhn sostuvo en 1962 que el progreso científico ocurre por saltos, es decir, por medio de una suerte de revoluciones que destronan el pensamiento dominante y lo reemplazan por una nueva teoría. Es decir, hay épocas de tranquilidad o de ciencia’ normal’ y épocas turbulentas en las que se gesta un nuevo paradigma. Durante las primeras, más prolongadas, el paradigma constituye el trasfondo de toda investigación y fija sus alcances. Esto no significa que se no produzcan avances científicos importantes sino que estos estarán dirigidos principalmente a corroborar o refutar aspectos más específicos de la teoría vigente. En la física se vivió una revolución similar a la de la biología con el paso de la física newtoniana a la relativista desarrollada por Albert Einstein. En las ciencias geológicas se transitó un camino similar al de la biología, aunque algo desfasado en el tiempo. La geología del siglo 19 estaba dominada por el paradigma de una Tierra rígida y estática, en estado de contracción. Es este escenario, las montañas se originaban a modo de arrugas en su superficie a medida que la Tierra se enfriaba, y las cuencas oceánicas podían hundirse y emerger alternativamente, al igual que los continentes, produciendo transgresiones y regresiones marinas. La presencia de especies fósiles similares en continentes ampliamente separados, ya advertida por los paleontólogos y geólogos de la época, obligó a reconocer la existencia de puentes continentales cruzando los océanos. De este modo se podía conciliar la distribución actual de tierras y mares con la recientemente aceptada teoría de la evolución, que preveía que los antecesores de las faunas actuales se originaron en ciertas áreas y luego se dispersaron. Estas ideas fueron extensamente expuestas por el geólogo austríaco Eduard Suess en su famoso tratado La Faz de la Tierra, cuyos volúmenes fueron publicados entre 1883 y1909. Tan arraigados estaban estos hechos en el pensamiento geológico de la época que algunos trabajos en los que se postuló que los continentes se habrían movido en el pasado pasaron prácticamente desapercibidos o, quizás, deliberadamente ignorados. Tal fue el caso de Taylor, quien consideró que la distribución de las cadenas montañosas terciarias, prolijamente descriptas por Suess, no era coherente con el modelo de la contracción. El argumento central de la hipótesis de Taylor, publicada en el boletín de la Geological Society of America en 1910, era que las cadenas terciarias como los Alpes, los Himalaya o los Andes están situadas en los bordes de los continentes formando un arco convexo hacia el océano y que muestran evidencias de compresión tangencial. Esto lo llevó a proponer que los continentes se desplazaron de norte a sur debido al hundimiento de las cuencas oceánicas, lo que generó esfuerzos desde los continentes hacia el mar (Fig. 1.1). Con posterioridad, relacionó tal desplazamiento con las grandes mareas producidas por la ‘captura’ de la Luna en el período Cretácico (hoy en día se sabe que la Luna se formó por la colisión con un planeta poco después de la formación de la Tierra). Incluso, Taylor especuló que los Himalaya surgieron debido a que el rígido escudo de la India se interpuso en el movimiento de Asia hacia el sur, y que la cadena Alpina fue consecuencia de la resistencia del bloque africano y la interferencia con cadenas europeas más antiguas, anticipándose muchas décadas al concepto de cadena colisional. También sorprende su deducción de que África permaneció inmóvil en tiempos recientes basada en la ausencia de montañas en los bordes de este continente.