CIENCIAS BIOLÓGICAS Y DE LA SALUD

Las bases cerebrales de la lectura: ¿qué se sabe sobre ellas?

En el Día Internacional del Libro un investigador del CONICET habla sobre los mecanismos neurocognitivos implicados en el proceso de lectura y escritura.


El 31 de julio del 2001, el famoso novelista canadiense Howard Engel recogió por la mañana el diario de la puerta de su casa (un ejemplar del Globe and Mail de Toronto) y vio sorprendido que –según sus palabras– “parecía estar escrito en una mezcla de serbio-croata y coreano”: dos lenguas desconocidas para él. Lo que debería haber percibido como letras se le presentaba como un conjunto de formas irreconocibles. Sin embargo, el resto de los objetos a su alrededor se veían exactamente como debían. Por un momento pensó que quizás le estaban haciendo una broma, pero cuando comprobó que era incapaz de leer los libros que él mismo había escrito, se fue al hospital. Lo curioso de la situación era que no podía leer, pero sí escribir. Una ironía comparable con la ceguera de Borges.

Adolfo M. García, becario posdoctoral del CONICET en el Instituto de Neurología Cognitiva (INECO), recurrió a este caso para explicar que la lectura es un sistema neuro-cognitivo especializado y parcialmente independiente de los sistemas  cerebrales responsables de la escritura. Esto queda comprobado por cuadros como la alexia sin agrafia (como en el caso de Engel). “Es interesante considerar esta disociación porque durante mucho tiempo se habló de la “lecto-escritura” como si fuera una sola habilidad, y tanto desde la experiencia que tienen los docentes, los niños como estudiantes, los padres al observar el desarrollo escolar de sus hijos, y ahora desde las neurociencias, sabemos que se trata de dominios parcialmente independientes”, dice García. Además, esta tesis se sustenta con estudios de neuroimágenes de personas sanas, en donde se observa que los sistemas cerebrales que se activan cuando se está realizando una tarea de escritura o de lectura son distintos.

 

La máquina de procesar palabras

Gracias a investigaciones psicolingüísticas, neuropsicológicas y neurocientíficas, se sabe que la lectura depende de al menos dos rutas cerebrales distintas: una directa, que predomina cuando las personas se enfrentan a palabras reales, conocidas y de alta frecuencia; y otra indirecta, que prepondera cuando se encuentran con pseudopalabras, palabras desconocidas o de baja frecuencia. Esta última permite convertir las letras en fonemas, de modo tal que aunque no se sepa el significado del estímulo, el mismo pueda ser leído y pronunciado. En los casos de dislexia, la alteración de una u otra ruta genera déficits diferentes e identificables mediantes pruebas psicolingüísticas.

“La lectura depende de una región cerebral muy bien establecida que es la témporo-occipital ventral izquierda, un área especializada para reconocer letras. El caso del escritor canadiense y los de alexia en general, implican lesiones o alteraciones biológicas en este sector, que funciona como un puente que favorece la integración de la información visual de las formas de las cosas que vemos (sobre todo, las letras), con información fonológica, es decir, del sonido de las palabras”, añade García.

Además, mediante estudios realizados con una técnica de electro-encefalografía de alta densidad y el registro de potenciales evocados, se logró detectar cuál es el curso temporal de la lectura de una palabra. “Cuando lees una palabra, tenés que reconocer la forma visual, acceder a la información fonológica, interpretar su significado y ver cómo se inserta en el marco de un oración para entenderla. Con estas técnicas, uno puede ver cómo distintos cambios en las señales eléctricas del cerebro se van dando en distintos momentos según manipulaciones experimentales que ponen en juego cada uno de esos niveles”, explica.

Por ejemplo, múltiples estudios indican que a la información fonológica de una palabra se accede a los 130 o 150 milisegundos después de ser leída y que se accede a la información semántica luego de unos 400 milisegundos. Sin embargo- señala García-, investigaciones recientes revelan que “comenzamos a procesar aspectos centrales del significado incluso mucho antes”.

 

Se lee con toda la experiencia

Otra cosa que García se encuentra estudiando es cómo el cerebro interpreta las palabras que ve. Lo que se constató es que los vocablos ponen en juego circuitos cerebrales que tienen que ver con la experiencia de mundo. Por ejemplo, hay estudios previos de otros equipos que mostraron que si se leen palabras que tienen carga olfativa fuerte, como ‘canela’ o ‘lavanda’, u olores nauseabundos, se producen picos de actividad en circuitos especializados para el procesamiento olfativo. Del mismo modo, cuando se leen verbos de acción, que se refieren a movimientos corporales, como ‘saltar’ o ‘comer’, hay picos de actividad en los circuitos motores del cerebro, esos mismos que permiten mover los pies o la boca.

Muchas teorías propusieron que el significado de las palabras no tenía nada que ver con otro tipo de sistemas cerebrales, como si el lenguaje dependiera de mecanismos aislados del resto de los dominios neurocognitivos. Sin embargo, aquí queda en evidencia que leer una palabra pone en juego toda la maquinaria cerebral que sustenta la experiencia en general, en todas sus formas.

“Hicimos varias cosas con esto: En cuanto a los verbos de acción, trabajamos con pacientes con Parkinson y cuando ellos los leen, les cuesta mucho procesarlos, más que cuando se trata de otro tipos de palabras. Esta enfermedad se caracteriza por trastornos del movimiento, ya que los circuitos motores del cerebro están afectados, lo cual refuerza la idea de que la información lingüística, y en particular el significado de las palabras, depende de mecanismos que cumplen funciones mucho más generales y que median nuestra experiencia sensoriomotriz”, explica.

 

¡Atención, bilingües!

Otra línea de investigación que sigue García apunta a caracterizar los procesos de lectura en las personas bilingües (sobre todo, en hablantes nativos de español que tienen como segunda lengua el inglés). Algunos procesos de lectura, comenta García, se modulan específicamente por aspectos distintivos del bilingüismo. Por ejemplo, las palabras que se denominan “cognados” (es decir que significan lo mismo en una lengua y en otra, pero que además suenan parecido, como ‘cámara’ y ’camera’ o ‘micrófono’ y ‘microphone’) se procesan significativamente más rápido que las “no cognadas”. Así, el tiempo de lectura de una palabra como ‘cámara’ será distinto para una persona que sólo habla español que para otra que, además, habla inglés.

“Nosotros estamos usando una técnica que se llama conectividad funcional para ver cómo distintas áreas cerebrales se interconectan e intercambian información durante procesos de lectura. Algo interesante que hemos observado es que en lengua nativa hay una gran co-activación de áreas que se dedican a procesos automáticos, no controlados –cosas que el cerebro hace sin poner demasiado esfuerzo consciente- pero, cuando se leen palabras en inglés, incluso en personas de alta competencia, hay una mayor integración de áreas cerebrales que están especializadas en procesos controlados que suponen mayores costos de procesamiento. Incluso una misma tarea, de lo más sencilla y en apariencia universal, pone en juego mecanismos cerebrales distintos si la realizamos en nuestra lengua materna o en otra lengua que manejamos bien”, dice García.

 

Leer: un acto cimentado en toda nuestra experiencia

En resumen, este tipo de investigaciones permiten desentrañar las múltiples andanzas biológicas de la lectura. Cuando se lee una palabra, una frase o una oración, es como si se lo hiciera “de un saque”. Las neurociencias, de la mano de otras disciplinas, revelan que ese acto implica múltiples niveles de procesamiento. La lectura es un proceso especializado y complejo que en menos de medio segundo atraviesa diversas etapas y que supone la integración de información distribuida a lo largo y ancho del cerebro. Sobre todo, la lectura recurre a sistemas que median la experiencia con el mundo y, más aun, se ve modulada por las experiencias a las que nos sometemos. Al leer, incluso si se trata de un texto mínimo, breve y trivial, el cerebro recurre a toda una historia vital para hacerlo.

 

Por Jimena Naser