DETRÁS DE ESCENA DE LA CIENCIA

Marcelo Isasi: la apasionante tarea de armar esqueletos de dinosaurios

Desde 2006 es técnico en paleontología y forma parte del equipo del Dr. Fernando Novas del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”.


El mundo científico está lleno de investigadores que publican papers académicos, participan de congresos y salen en los medios difundiendo sus descubrimientos. Pero hay un detalle de su tarea que pocas veces es tenido en cuenta: detrás de todo investigador hay una o varias personas que lo asisten y le brinda apoyo calificado para llevar a cabo sus tareas.

Los integrantes de la Carrera del Personal de Apoyo (CPA) del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) son profesionales y técnicos -o artesanos- con aptitudes para las tareas específicas de apoyo directo a la ejecución de los programas de investigación. Los números del organismo indican que hay más de 2500 CPA que trabajan –de modo silencioso y casi anónimo- al lado de los investigadores del CONICET.

Marcelo Isasi, hoy de 42 años, comenzó a estudiar la Licenciatura en Biología en la Universidad Nacional de La Plata cuando era muy joven y a su vez, se inmiscuyó –por voluntad propia y gracias a una gestión de su madre- en el trabajo cotidiano del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACN), asistiendo y colaborando con la tarea de los paleontólogos del museo.
Un día decidió dar su vida por esa tarea y se alistó para ser CPA de CONICET y, desde 2006, se convirtió en uno de los diez técnicos del país que arma los esqueletos de dinosaurios. Ingresó como técnico principal, ascendió en el escalafón y hoy ya es técnico profesional.

El técnico de la “paleocueva”
Detrás de un cerco de arbustos está el anexo del Museo. A un costado hay un galpón con un mural pintado de una escena con dinosaurios y un cartel de madera que en letras talladas dice “paleocueva”. Adentro solo se escucha el tic-tac de un reloj y alguien que raspa una roca y luego sopla, raspa y sopla, raspa y sopla: es Marcelo Isasi.

-Trabajar en este laboratorio es un asombro diario –dice el técnico-. Desmenuzar cada hueso, para mí, siempre es un descubrimiento.

El lugar es grande y está abarrotado de instrumentos: de las paredes cuelgan ganchos con destornilladores, gubias eléctricas, martillos y guantes descartables. Sobre las mesadas de los costados están los microscopios, las lámparas de pie, los bloques de yeso a medio usar. Desperdigados por el lugar, muchos tachos de pintura.

¿Cómo llegó Isasi a trabajar aquí? De chico el fondo de su casa en Quilmes se parecía a un zoo: tenía desde víboras hasta lagartos, pájaros y abejas. Cuando acompañaba a su padre a pescar, el pequeño Marcelo se traía animales muertos que encontrase por el camino. No solo eso: luego los enterraba en el fondo de la casa y, con un pincel y un clavo, jugaba a desenterrarlos. Hay una serie de hitos en la vida de Isasi que lo llevaron a su peculiar profesión: un abuelo pintor, albañil y “excelente dibujante: yo siempre le pedía que me hiciera dibujos de animales”. Como le gustaba tanto la biología, sus padres lo mandaban a profesor particular. Así fue como devino, ya de grande, en CPA.

El recorrido de un fósil
Ahora bien: la manera en la que un hueso de dinosaurio puede llegar al habitáculo de Isasi puede ser de lo más fortuita. A veces pasa que los huesos se descubren y luego se llama a los paleontólogos para que investiguen el hallazgo. Un ejemplo de ello es lo que sucedió en abril de 2014. El geólogo chileno Manuel Suárez se encontraba de excursión por el sur de su país, con su hijo pequeño. Estaban dando un paseo por la montaña, cuando el niño inocentemente le preguntó: “papi, ¿esos de ahí no son huesos?”. Manuel Suárez, bajó la cabeza, y lo que vio fue un verdadero hallazgo paleontológico. Tomó delicadamente los huesos, los guardó en una bolsa, y al volver al laboratorio, los analizó.

Pensó que eran dos fósiles marinos, entonces llamó a una colega paleontóloga del Museo de Ciencias Naturales de La Plata especialista en ese tipo de fósiles, la dra. Zulma Gasparini, y le dijo que se los mandaría. Pero cuando unos días después la dra. Gasparini los tuvo entre sus manos, se dio cuenta que no eran fósiles marinos. Y como creyó que eran huesos de dinosaurios herbívoros, llamó a su colega Leonardo Salgado, especialista radicado en Neuquén, para avisarle que se los enviaría. Cuando el dr. Salgado los vio en vivo y en directo notó, en cambio, que eran huesos de animales carnívoros; entonces lo llamó a su colega especialista en la materia, el paleontólogo Fernando Novas. Y entonces, el curioso hallazgo paleontológico llegó al Laboratorio de Desarrollo, preparación y montaje de fósiles de la sección Anatomía del MACN, a manos del técnico del equipo de Novas encargado de preparar los huesos desde que llegan al laboratorio hasta que fueron exhibidos, en junio pasado, cuando presentaron el hallazgo que fue tapa de la revista científica Nature, del Chilesaurius diegozuaresi. “El de Chile es un descubrimiento muy importante –dice con entusiasmo Isasi-: son huesos de un dinosaurio desconocido hasta el momento. Tenemos previsto ir de campaña a ese lugar en marzo para ver si encontramos más indicios”.

La otra forma de descubrir fósiles –la más común- es ir de campaña. Isasi ya participó en más de cuarenta. Es la parte más dura de su trabajo, pero también –dice él- la más gratificante. Una campaña puede durar entre diez y veinte días o varios meses. “Son situaciones duras de aislamiento, pero también divertidas, adonde están todos los condimentos de las relaciones humanas sumadas a lo extenuante de subir montañas, montar caballos, acampar en la nieve…”. El técnico se acuerda, especialmente, de dos: una en la Antártida -“que fue la más difícil por las características hostiles del lugar: nieve, viento y lugares de difícil acceso”- y otra en el Amazonas, en Bolivia. “Muy áspera”, recuerda Isasi. Allí estuvieron doce días durmiendo a la intemperie en la selva, picados por mosquitos de todos los tamaños y colores y cerca de cocodrilos y yaguaretés.

Hubo, también, otros hallazgos extraños. Como el que sucedió en la mañana del 26 de mayo de 2000, cuando Isasi tuvo que ir con Novas a un lugar cercano e impensado: las excavaciones del subte debajo de la Av. Triunvirato. No era en un campo ni una montaña; el lugar adonde se había producido el hallazgo paleontológico era la boca del subte B. Los obreros estaban trabajando en la ampliación de la línea, bajo la avenida Triunvirato al 2900 en el barrio porteño de Chacarita, cuando algo los hizo frenar la obra: el hallazgo de restos fósiles de un gliptodonte de un millón de años de antigüedad. Al día siguiente, el sábado, los medios titulaban: “Hallan restos de un gliptodonte en el túnel del subte B, en Chacarita”. A Isasi, sin embargo, el hallazgo no lo tomó por sorpresa. “En los edificios en construcción los huesos de megamamíferos aparecen todo el tiempo”, asegura. Y dice que la gente no los declara por miedo a que paren la obra y la construcción se atrase. Pero él lo desmitifica: “No somos arqueólogos, no estudiamos in situ. Sólo nos llevamos los huesos, y en pocos días podemos realizar una extracción, nuestro trabajo largo es posterior y se da en el laboratorio”.

Del trabajo artesanal al futuro de la tecnología
Una vez que se descubren los huesos en campaña, ¿cómo sigue el proceso de los huesos de dinosaurios? Así lo cuenta Isasi: se hace el “bochón” (se cubren de yeso los huesos encontrados para protegerlos y trasladarlos de forma segura, sin que se fisuren), y entonces ese material llega al taller. “Esa es la parte más linda –avisa-: descubrir que se trata de huesos de hace millones de años, o descubrir las situaciones por las que pasó ese fósil”.

A lo que sigue, el técnico lo llama “la preparación”: un período de tiempo en el que, valiéndose de lupas, herramientas finas, cinceles y martillos neumáticos, se recupera el hueso. La duración del proceso depende de cómo sea su estado: si el hueso está débil lleva más tiempo recuperarlo; si está muy dura la roca que lo contiene también. El primer desafío es quitar el yeso y la roca que rodea a los huesos –que en general hace miles de años se fusionó con el fósil.

Una vez lista esta preparación, ya con los huesos libres de roca, el investigador podrá estudiar cada uno de ellos y si amerita, se completan las partes faltantes para realizar una reconstrucción del esqueleto. Luego se efectúa la moldería de cada hueso, con las cuales se obtienen copias en yeso, resina o poliuretano, y se montan en una estructura metálica que sirve de soporte, y se termina con el pintado de las piezas para simular el color original del fósil.”

El proceso de exhibir
El Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” tiene una enorme sala de paleontología, con gran cantidad de esqueletos de reptiles mesozoicos. A ella acuden muchas personas; sobre todo niños ávidos de sorpresa y llenos de curiosidad. Pero no siempre fue así: el mentor de esa sala de dinosaurios fue José Bonaparte, uno de los paleontólogos pioneros de los estudios de dinosaurios en Argentina. En la década de 1980, Bonaparte comenzó a incursionar en la exhibición de la fauna antigua, que desapareció 65 millones de años atrás. Antes de eso, en el museo solo se exhibían mamíferos de la megafauna del Pleistoceno, una época geológica relativamente reciente que abarca de 2,5 millones de años a 10.000 años de antigüedad. El primer esqueleto de dinosaurio expuesto en el Museo fue una reconstrucción de un Patagosaurus. Luego vinieron otras especies descubiertas por el propio Bonaparte: el Carnotaurus y el Amargasaurus. En coincidencia con lo ocurrido en el resto del mundo, los dinosaurios capturaron más aún la atención del público a partir de 1990, con las películas de Jurassic Park, lo que convirtió a esta sala en una de las favoritas de los visitantes del Museo. Con Bonaparte comenzó su tarea Marcelo Isasi, que luego continuó su legado y sigue, hasta el día de hoy, bajo la conducción del paleontólogo Fernando Novas.

Ser uno de los pocos que realizan el proceso de armado de los esqueletos de dinosaurios en Argentina llevó a Isasi a distintos puntos del mapa del mundo: como CPA fue enviado a Génova, a diversos países de Latinoamérica, y hasta a Japón, país al que viajó en cinco ocasiones distintas para armar distintas muestras.

El de Isasi es un trabajo artesanal, casi artístico. “El talento de Marcelo para efectuar la preparación de los fósiles lo convierte en uno de los técnicos más prestigiosos con que cuenta la paleontología”, señala sobre el Novas. Los materiales del rubro de los técnicos en paleontología para trabajar los huesos cambiaron: hoy se usa poliuretano expandido rígido, más liviano y a la vez fuerte, pero antes las réplicas se hacían de yeso macizo.

La tecnología, muy desarrollada en otras partes del mundo, ya está llegando a la paleontología, a través de impresoras 3D que prometen crear réplicas de huesos de tamaño exacto para la exhibición del museo, sin la limitación en el número de copias realizadas y los materiales y los problemas de almacenamiento de los métodos de fundición tradicionales. ¿Y cómo se ve Isasi ante estos avances? “A mí acá me cargan por ser poco tecnológico. El trabajo manual me encanta, pero los cambios que haya, serán bienvenidos –concluye-. Es así: si no nos adaptamos, acá también vamos a terminar como los dinosaurios”.

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