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Color humano

Un investigador del CONICET estudia qué ven los hombres cuando ven los colores y qué sentido le otorgan a esas sensaciones.


Los colores son parte del mundo y están presentes en todo lo que se conoce. Desde muy temprana edad se aprenden sus nombres, cómo formarlos y hasta cómo combinarlos. Lo que no se aprende es por qué el verde representa la esperanza o el rojo la pasión. Detrás de un color hay mucho más que una “sensación producida por los rayos luminosos que impresionan los órganos visuales”, tal como señala la Real Academia Española, detrás de ellos hay procesos de significación que tienen lugar cuando alguien los percibe.

José Luis Caivano, investigador independiente del CONICET en la Secretaría de Investigaciones de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (UBA) estudia el color como un signo visual más allá de sus aspectos físicos.

“El color es principalmente una sensación. El sistema visual percibe y decodifica la radiación luminosa que proviene de una fuente de luz o de un objeto que la refleja y transmite. Los tres factores necesarios para que exista el color son la luz, los objetos y los observadores. No obstante, el color no es ninguna de esas tres cosas por separado, es el resultado de la decodificación que el sistema visual hace de esa radiación física. ¿Para qué nos sirve? Nos da información, todo el mundo visual está hecho de color”, explica Caivano.

El sistema visual decodifica estímulos luminosos en términos de sensaciones de color que el cerebro percibe y puede diferenciar. Donde existen dos colores adyacentes, el sistema visual construye un borde y eso delimita una forma a partir de la que distinguimos los objetos. Por otro lado, la radiación luminosa que llega a la retina es decodificada por el sistema visual y se descompone en tres estímulos o colores primarios: el de radiación de longitud de onda corta que hace que se perciba azul, el de longitud de onda media que hace que se perciba verde y el de longitud de onda larga que hace que se perciba el rojo. A partir de la combinación de esos tres estímulos, los humanos pueden llegar a percibir alrededor de 5 a 7 millones de colores diferentes.
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Caivano estudia los aspectos semióticos del color, es decir cómo el color puede construir conocimiento y producir significación. “Parece una cosa simple pero tiene una complejidad enorme. Muchas veces cuando les digo a mis colegas que me dedico a investigar esto me dicen: ‘¿Qué más hay?’”, comenta.

El color, aclara el investigador, es un signo visual porque es algo que puede representar otra cosa. Asignarle un valor diferente a cada uno de los 7 millones de colores que se pueden diferenciar es un proceso de significación que depende del contexto en el que aparecen los colores y de la cultura en la que uno los interpreta, no tienen significados fijos e inamovibles. “Si veo rojo, amarillo y verde en un semáforo, estoy interpretando un código que lo tuve que aprender para saber que tengo que hacer cada vez que veo alguno de esos colores. Esos signos de color están funcionando como símbolos, codificados por la cultura, por un uso”, ejemplifica.

El color implica cuestiones físicas y también psicofísicas ya que hay una interpretación a partir de procesos neurofisiológicos y cognitivos, una asignación de significados a las cosas que se ven, que es el proceso final que construye el conocimiento visual del mundo que rodea a las personas. La semiótica se ocupa de eso, de los procesos de significación en todo tipo de lenguajes. Para el cerebro todo funciona a partir de signos a los que se les adjudican significados.

Desde el punto de vista semiótico los colores pueden funcionar como distintos tipos de signos: íconos (signos que representan el objeto por alguna semejanza); índices (signos que representan a través de la conexión entre hechos); o símbolos (signos que representan mediante una convención en un contexto). Por ejemplo, si el cielo está gris puede indicar que está por llover y en ese caso, más allá de que sea una decodificación que se hace porque se aprendió, el color funcionaría como un índice, ya que hay una conexión casi física entre el color del cielo y el hecho que representa: la inminente lluvia.

Caivano explica que la psicología del color estudia de qué manera influye sobre las personas y sus estados de ánimo. Estas investigaciones son aplicables al diseño arquitectónico, gráfico, urbano, textil y de mobiliario, entre otros.

“La luz tiene una importancia primordial en la vida y en los estados de alerta y reposo. A la noche tenemos un nivel de atención muy distinto del día cuando nuestro sistema visual recibe plena luz y nos cambia el ánimo. Lo mismo pasa en los ambientes en que uno vive, trabaja o estudia, hay ciertas tonalidades que se recomiendan según la actividad que ahí se desarrolle. Los colores de tonalidades frías, como los verdes o azules, y de luminosidad alta son relajantes o calman, mientras que colores rojos o naranjas y de saturaciones altas producen excitación. También es importante la combinación de colores para predisponer a las personas a que se sientan mejor o peor. El color, incluso, puede variar o modificar la sensación de temperatura que uno percibe. Un ambiente muy caluroso si está pintado de colores rojizos se va a percibir como si fuese más caluroso. Es una sensación psicológica, no es algo físico”, detalla el arquitecto.

Sin embargo, advierte que dentro de la denominada ‘cromoterapia’ suele haber un poco de exageración o elaboración de hipótesis sin fundamentación científica, y que implementa cuestiones de sentido común y las generaliza sin intentar demostrarlo. Caivano aclara que si bien hay cuestiones básicas que son más o menos aplicables, siempre hay que tener en cuenta el contexto y la cultura, entre otros aspectos.

Actualmente, el investigador trabaja en un proyecto interdisciplinario compuesto por arquitectos, diseñadores textiles, industriales y gráficos de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA en el que estudian la cuestión del color y la apariencia visual, es decir, un conjunto de atributos, como transparencia o brillo, que permiten conocer aspectos del mundo externo y que generan sensaciones visuales.

Por Cecilia Leone.