CIENCIAS EXACTAS Y NATURALES

Una polaroid del Jurásico en la Patagonia

El estudio de los ecosistemas del Macizo del Deseado es una ventana única al pasado para conocer la composición y organización de una porción del mundo que se congeló y mantuvo intacto desde hace 150 millones de años atrás.


Por Juan García Massini*

El estudio de las comunidades bióticas pasadas es una fuente fundamental de información que ayuda a comprender de forma integral los procesos evolutivos y ecológicos que derivaron en la composición y funcionamiento de los ecosistemas actuales. Existen pocos sitios paleontológicos que brindan la posibilidad única de realizar este tipo de estudios, un tipo de ellos son los ambientes geotérmicos.

Los ecosistemas geotérmicos son de poca extensión, duraderos en el tiempo y están caracterizados por una serie de ambientes tipo humedales, sujetos a la influencia variable de parámetros físico-químicos extremos. La diversidad de organismos en estos ecosistemas muestra grados variables de adaptación a las condiciones reinantes. En estos los organismos presentes, periódicamente reciben emanaciones de aguas termales sobrecargadas en minerales que gradualmente cubren sus cuerpos, penetrando sus células y transformándolos en roca, así evitando su descomposición química y mecánica.

En los ambientes geotérmicos, mediante la fosilización instantánea, es posible un grado de preservación tal que permite hacer comparaciones de máxima precisión de las piezas fosilizadas con ejemplares actuales. Así, la preservación en estos ecosistemas integra los diferentes habitantes y su contexto en su disposición original.

Los únicos depósitos geotérmicos fosilíferos Mesozoicos conocidos se distribuyen en la Formación La Matilde del Grupo Bahía Laura, de edad Jurásica media a tardía – hace 150-170 millones de años-, en el Macizo del Deseado en el centro-norte de la Provincia de Santa Cruz. Su estudio reciente ha empezado a proveer los primeros datos acerca de la biodiversidad e interacciones desarrolladas por miembros de las comunidades de plantas, animales, hongos, bacterias y protistas.

El estudio de los depósitos geotérmicos del Macizo del Deseado es un proyecto desarrollado por investigadores del CONICET de diferentes instituciones. Junto a Diego Guido, investigador independiente en el Instituto de Recursos Minerales (INREMI, CONICET-UNLP-CICPBA) e Ignacio Escapa, investigador adjunto en el Museo Paleontológico Egidio Feruglio (MEF) lideramos el grupo de trabajo y hemos desarrollado redes que participan activamente del mismo. Esto es importante dado que por las características de este tipo de ambientes, hay que analizar numerosos organismos de orígenes diversos y sería imposible para un solo investigador realizar una descripción analítica profunda de todo.

 

Flora y Fauna del Macizo del Deseado

Los resultados preliminares del estudio de la biota de los ecosistemas jurásicos del Macizo del Deseado muestran la presencia de los primeros registros de algunos organismos, de un rango de diversidad previamente desconocido para un mismo ecosistema y permite entender los roles desarrollados por los diferentes grupos identificados y los tipos de relaciones entre ellos, en el Período Jurásico.

Las plantas fósiles encontradas se hallan en posición de vida en las zonas del ecosistema más alejadas de los puntos de emanación de las aguas termales e incluyen coníferas, cicadales, equisetales y sobre todo helechos, con especies nuevas ampliamente distribuidas que muestran adaptaciones específicas para sistemas geotérmicos. Otras de las especies de plantas presentes son las algas, algunas de las cuales vivieron de manera aparentemente mutualista con cianobacterias. Esta interacción les permitió proveerse de protección frente a herbívoros y hábitat específico, respectivamente.

En el ecosistema habitaron insectos. Se encontraron larvas de moscas como las halladas en ambientes geotérmicos actuales y artrópodos como crustáceos y rotíferos. También había una increíble diversidad de hongos, donde se destaca un grupo que se asocia a plantas, formando endomicorrizas. Estas son asociaciones mutuamente beneficiosas entre la mayoría de las plantas terrestres y ciertos hongos, que se alojan en sus raíces formando diferentes estructuras que reflejan interacciones dinámicas entre ambas partes. Este tipo de asociación se halla también, en ecosistemas geotérmicos actuales. A partir de ella, los organismos asociados amplían su rango de distribución y aumentan la eficiencia de adquisición de nutrientes. Además de las endomicorrizas, otros hongos desarrollaron roles parasíticos con respecto a las plantas y saprotróficos con los substratos orgánicos hallados.

Otros microorganismos comunes en el ecosistema del Jurásico fueron las cianobacterias, bacterias (procariotas) también conocidas como algas verde-azules por el tipo de pigmentos fotosintéticos que poseen. En ambientes geotérmicos actuales, también son abundantes las cianobacterias y cumplen un rol fundamental como productores primarios y como alimento para una diversidad de organismos, como ostrácodos, también presentes en el ecosistema. Además, había varios tipos de protistas microscópicos, mayormente ciliados y amebas testadas, que en la actualidad son predadores y filtradores que se alimentan de partículas disueltas y de animales microscópicos, quienes en el ecosistema geotérmico vivieron epifíticamente sobre tallos y raíces de plantas.

Una fuente adicional de análisis lo constituye una gran diversidad de heces fosilizadas, que varían en tamaño, forma y sobre todo contenido, denotando dietas alimentarias irrestrictas con respecto a su origen y otras específicas para el alimento consumido.

El estudio de los diferentes componentes de los ecosistemas jurásicos de Patagonia representa una ventana única al pasado para incrementar el conocimiento de la composición y organización de una porción del mundo que se congeló y mantuvo intacto en rocas desde hace aproximadamente ciento cincuenta millones de años atrás y que recién ahora empezamos a revelar.

* Juan Garcia Massini es Doctor en Geología por la Universidad Metodista del Sur de EE. UU. e investigador adjunto del CONICET en el Centro Regional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de La Rioja (CRILAR, CONICET-Provincia de la Rioja-SEGEMAR-UNLAR-UNCA). Se especializa en el estudio de hongos fósiles e interacciones biológicas en el registro geológico.