CIENCIA CON VOZ PROPIA

El dilema de la traducción y la diáspora de la escritura

Leer autores de todas partes del mundo en nuestra lengua se presenta a nosotros como algo natural pero es un proceso complejo en el que participan diferentes actores.


Por Susana Romano Sued*

La traducción, que por cierto no es únicamente el paso de una lengua a otra instrumentado por medio de gramáticas y diccionarios, coloca a los traductores ante el dilema de los sentidos de los textos para su adecuado vertido a la lengua de llegada que normalmente es su lengua materna. Siempre hay más de dos soluciones para un problema de sentido y significado, luego la decisión por alguna de ellas implica un desafío, una responsabilidad ética, ligada a un contexto histórico preciso. Las traducciones, por ello, nunca son definitivas.

Por otra parte, diáspora, término proveniente del griego que significa “desparramar”, “dispersar” y también “diseminar”, me parece un nombre adecuado para el fenómeno de la traducción. Su uso corriente tiene connotaciones dolorosas, pues se aplica al desplazamiento forzado de personas, de comunidades enteras, o de sus antepasados, fuera de su lugar, de su tierra, de su acervo, de su lengua, de sus tradiciones y experiencias. Pero a a vez su significación es positiva en la metáfora de la semilla dispersa que germina allende los sitios y épocas de origen.

He llamado así a la traducción al considerarla como la realización utópica y ucrónica de obras de arte, de literatura, de pensamiento, de credo y de sociedad. Hace posible que en otro tiempo y en otro lugar se mantengan las memorias del pensamiento y de la cultura y con ellas rasgos identitarios que quedan albergados más allá de las fronteras temporales, geográficas y lingüísticas primigenias. Y en este complejo proceso están implicadas personas individuales, grupos e instituciones con sus acervos y posiciones políticas e ideológicas.

La naturalidad de las traducciones

Habitamos en un mundo de traducciones de manera natural participando del contrato ilusionista que los lectores establecemos de manera espontánea con las obras: leemos y citamos por ejemplo a Descartes, a Einstein, a Freud, a Shakespeare y a Balzac, cual si fueran autores vernáculos.

Desde los remotos tiempos del mito de Babel, la zozobra devenida de la súbita multiplicidad de lenguas que levantó muros de incomprensión y silencio entre las gentes. La ajenidad, de la diferencia, de la amenazante extranjería causada obligó a los hablantes a establecer modos y técnicas de intercambio de los sentidos puestos en juego y en tensión. De esa emergencia nació la figura y el oficio del traductor.

Las innumerables tentativas de encuentro entre gentes y lenguas diversas, (por cierto no siempre pacíficas ni exitosas), que se sucedieron desde entonces, han quedado plasmadas en las diferentes teorías, métodos, fórmulas y técnicas que atraviesan la historia de los pueblos, sus prácticas de traducción, con sus consecuencias multiplicadoras de creencias, legalidades y costumbres.

Estos sistemas de representación complejos integran el abundante acervo que actualmente nutre a los Estudios de Traducción: la historia, la filosofía y las ciencias del lenguaje, entre otras, aportan a la dimensión teóricoepistemológica que integran los Estudios de Traducción, verdaderas aduanas del conocimiento.

Obras que son hitos de la cultura de Occidente, como la Biblia, y en especial a partir de la invención de la imprenta, se expandieron hacia innumerables horizontes. Esta diáspora impulsó innumerables traducciónes, e incluso la invención de caracteres escritos para lenguas orales como las eslavas: es emblemático el hecho de que San Cirilo inventara precisamente el alfabeto conocido como el cirílico para que el pueblo ruso se imbuyera de la Sagradas Escrituras al mismo tiempo que se alfabetizaba. En tiempos de la Conquista de América, la evangelización generó traducciones de las Sagradas Escrituras que fueron volcadas a las lenguas indígenas orales a las que los religiosos asignaron caracteres escritos.

Siglos más tarde la Europa Moderna, en el campo de las leyes, la filosofía política y las artes, había consagrado como origen propio la herencia de la Grecia y la Roma clásicas. La Revolución Francesa y sus inspiradores de la Ilustración, fueron a su vez una opípara cantera para la importación de obras capitales que contribuyeron a formar los idearios de los países de América en pos de su emancipación de los imperios coloniales, y luego para su consolidación como naciones independientes.

Dos ejemplos argentinos son interesantes para ilustrar esta afluencia. Por un nuestro Código Civil, compuesto por Dalmacio Vélez Sársfield, quien utilizó como fuente fuera el código elaborado en Brasil por Teixeira de Freitas, quien a su vez lo redactó a partir de la adaptación desde el francés del Código Napoleón. Otro caso de importancia fue el Contrato Social de Rousseau que Mariano Moreno hizo traducir para introducir políticas de comunidad social en nuestro país.

La traducción y la globalidad tecnodigital

Hoy lo instantáneo del acceso a las obras digitalizada las somete a la reticulación sin límites, no sin riesgo de desfiguraciones, involuntarias o maliciosamente partidistas y eclipsadoras de fuentes. Esto sucede desde sus ediciones “princeps”, pirateadas, intervenidas o comentadas, o por ejemplo, mediante un doble click del mouse que nos trae a la página de las Wikipedias (en plural pues se dispone de una lista de versiones de la información en múltiples idiomas), a la vez que actualiza la recepción de la obra.

La biblioteca, milenariamente el sitio de memoria por excelencia y sólo accesible a los elegidos (del poder sacro o monárquico), estalla en la red con efectos incalculables, como por ejemplo la inauguración de la Biblioteca Digital de la Unesco en Español de reciente publicación y distribución en la web. Los libros de papel tienen precios exorbitantes por encarecimiento de los insumos, sobre todo en los países “en desarrollo” o “economías emergentes”: es que las obras son, hoy más que nunca, mercancías –commodities- sujetas a las “reglas” del mundo financiero. Pero como siempre, la brecha en la compacidad del mercado permite resistencias y atajos, invierte la demanda de mercancía en mercancía a demanda incluso en tiradas de un ejemplar, a un precio módico, y también se “cuelgan” en la red con acceso gratuito. Esta facilidad, sin embargo, no debe ocultar los procesos de factura, edición, publicación, distribución de obras, en particular los que atañen a los trayectos materiales de la tecnología digital, responden a políticas e ideologías de diseño que quedan invisibles para los usuarios, quienes naturalmente los receptan como contenidos que meramente cambian de soporte.

Las prácticas de editing se realizan a través de agencias que envían a especialistas versiones en bruto, hechas por máquinas o por personas, para que sean adaptadas correctamente a las reglas gramaticales y estilos de las lenguas de llegada.

Desde las raíces mismas de la humanidad ha habido traducción: toda cultura avanza en una espiral que se va desplegando a medida que va “importando” de piezas extranjeras a las que incorpora.

La cuestión del libro, de sus soportes, sus circuitos, en las lenguas de partida –“originales”– y en las de llegada, han sido y son objeto permanente de mis reflexiones e investigaciones, sobre todo en lo que concierne a la historia de la traducción en nuestro país y en América Latina, contribuyendo a la consolidación de los Estudios de Traducción contemporáneos.

* Susana Romano Sued es investigadora principal de CONICET y trabaja en el Centro de Investigaciones y Estudio sobre Cultura y Sociedad (CIECS) y es profesora titular de Estética y Crítica Literaria Moderna en la Universidad Nacional de Córdoba.