IADIZA   20886
INSTITUTO ARGENTINO DE INVESTIGACIONES DE LAS ZONAS ARIDAS
Unidad Ejecutora - UE
congresos y reuniones científicas
Título:
DESERTIFICACIÓN, CAMBIO GLOBAL Y SOCIEDAD
Autor/es:
ABRAHAM, E.M.
Lugar:
Buenos Aires
Reunión:
Taller; 1º Taller sobre Dimensiones Humanas del Cambio Ambiental en Argentina; 2007
Institución organizadora:
Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica y Universidad Nacional de Luján
Resumen:
Los procesos de desertificación y los del cambio global están íntimamente relacionados y se alimentan recíprocamente. Es fundamental por tanto conocer sus vínculos y lograr las sinergias entre los grupos que se hayan abocados a su conocimiento y muy especialmente en el ámbito d las respectivas Convenciones de Naciones Unidas que les competen. Según datos de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha Contra la Desertificación y la Sequía (UN CCD/PNUMA 1995), las tierras secas bajo riesgo de desertificación se extienden sobre la tercera parte de las tierras emergidas del planeta, con una población afectada de más de 900 millones de personas, altamente vulnerables a las fluctuaciones y cambios climáticos. Una de cada cinco personas del mundo vive en una zona afectada por desertificación, conformando un problema ambiental y socio-económico de alcance planetario. La desertificación es un proceso específico que se distingue de fenómenos similares en otras zonas más húmedas del mundo, porque tiene lugar en condiciones climáticas muy duras y afecta negativamente a zonas con recursos naturales limitados de suelo, agua y vegetación. Las tierras secas son ambientes de alto riesgo en relación con los escenarios del cambio global debido a la combinación de varios factores, principalmente la fragilidad inherente de sus ecosistemas, la dinámica de su población y los procesos de desertificación / degradación de tierras que las afectan, con las consecuencias de abandono, migración y pobreza de las poblaciones involucradas. La vida en las tierras secas, especialmente en los desiertos, a menudo debe confrontarse con grandes desafíos, tanto en los aspectos biológicos como sociales, económicos y políticos, derivados de una gran competencia por el uso del suelo y por la apropiación de recursos estratégicos como el agua y el suelo. Esta competencia conduce a procesos de concentración de la riqueza y del poder, lo que genera profundos desequilibrios territoriales y falta de equidad social. Por definición, la desertificación es la consecuencia de la sobreexplotación que los grupos humanos hacen de las tierras secas del planeta. El clima –fundamentalmente la recurrencia de fenómenos como las sequías- juega un papel catalizador, pero no es determinante del proceso. Si lo son las prácticas agrícolas inadecuadas, el sobrepastoreo, la deforestación, los procesos de urbanización, la expansión de la frontera agropecuaria, el mal manejo del recurso hídrico que favorece el anegamiento y la salinización de los suelos, y los procesos de empobrecimiento de la población. Los procesos de desertificación son complejos, afectando un ciclo de causa-efecto natural y social. La deforestación, la degradación del suelo y la vegetación, el agotamiento de los campos cultivados, la salinización de las tierras bajo riego, el agotamiento y contaminación de los recursos hídricos superficiales y subterráneos, la desaparición de la fauna silvestre, son factores que tienen tremendas consecuencias para muchos habitantes agobiados por la pobreza que viven en las tierras secas. Sin capital ni control sobre las decisiones respecto a sus recursos, muchos no han tenido otra opción que sobreutilizarlos o emigrar. Los procesos productivos en las tierras secas requieren una profunda comprensión de su capacidad de resiliencia (Safriel & Adeel, 2005), entendiendo la dinámica de estos ecosistemas como problemas complejos (Abraham, 2003), identificando sus procesos de cambio tanto internos como externos, locales o de contexto (fuerzas conductoras) en un enfoque de análisis multiescalar, multisectorial e interdisciplinario. Las evaluaciones integradas –basadas en indicadores y puntos de referencia- constituyen una propuesta apropiada para entender estos procesos de cambio y se constituyen en la mejor herramienta para colaborar en el planteo de políticas de manejo y respuestas institucionales. La fragilidad inherente y el alto riesgo de las tierras secas ante las condiciones del cambio global, principalmente si están afectadas por procesos de desertificación, sólo pueden ser superados con conocimiento, planificación, decisión política e inversión, pero fundamentalmente a través del consenso en relación con el estilo de desarrollo que se pretende implementar. Este puede variar entre distintos escenarios y modelos, que fluctúan entre los extremos de los que plantean profundas transformaciones en las condiciones naturales de los territorios desérticos -con importantes inversiones en capital e infraestructura (Las Vegas), alejando la sociedad completamente de la naturaleza y mediatizándola- hasta los del extremo opuesto “dejar todo como estᔠsin pretender modificar nada en el ecosistema, posición esta última que sostienen los grupos “ecologistas” a ultranza, y que se oponen a todo tipo de intervención. En el punto medio de estos extremos se encuentra el relacionado con un desarrollo sustentable de las tierras secas, orientado hacia el equilibrio territorial y la equidad social: el denominado “desarrollo en parches” (Global Deserts Outlook, Ezcurra Ed., 2006), que pretende, sobre la base de un profundo conocimiento de las potencialidades y restricciones de las tierras secas y de las demandas y necesidades de sus pobladores, desarrollar aquellos ambientes del desierto que ofrecen las menores restricciones y las mejores condiciones para los asentamientos y la producción y restaurar y preservar el resto del territorio. Cualquiera sea el modelo de desarrollo que se elija, este debe ser implementado en el marco de un proceso de planificación y ordenamiento, donde pueda jerarquizarse y cobre importancia la generación de conocimientos para el monitoreo de los cambios. Esta medición del estado, la presión, los impactos y las respuestas, incorporadas a un Sistema integrado de evaluación y seguimiento, debe ser parte de una nueva actitud, que valorice los aportes de la ciencia y la tecnología, como guía para la toma de decisiones. Si esto puede hacerse, además, en un proceso participativo (Abraham et al., 2006) de construcción del conocimiento, permitiría avanzar con mayor certeza en el camino de la sustentabilidad, con una sociedad más equitativa, en armonía con sus ambientes secos.