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La conmemoración del bicentenario de la Revolución de Mayo nos brinda la oportunidad de reflexionar también, en el campo del patrimonio y en su categoría más inclusiva, el paisaje cultural. El paisaje como patrimonio constituye una noción que en el ámbito local ha comenzado a tomar cuerpo y consideración en las argumentaciones sobre la acción territorial. En efecto, tras el resurgimiento de la preocupación por el territorio, y particularmente a partir de los procesos llevados a cabo en Mendoza de la mano de los debates por la reglamentación de la Ley de Ordenamiento Territorial (N°8051), el paisaje, emerge como referente privilegiado de relaciones diversas: entre las personas y la naturaleza (UNESCO 1992), entre los estilos de desarrollo y la valoración social del territorio (Gómez Orea, 2002), de las vinculaciones entre el fenosistema y el criptosistema (González Bernáldez, 1981) o entre las formas naturales y artificiales (Santos, 1996). Es decir que el paisaje se comporta como la cara visible de las transformaciones que tienen lugar en los procesos de construcción territorial y por tanto, visibiliza de múltiples maneras un conjunto de relaciones diversas (Pérez y Ojeda 2000; Pastor, 2008). Nos estamos refiriendo, no sólo entre qué y quienes se establecen esas relaciones sino cómo éstas son resueltas, particularmente, respecto de la patrimonialización de los recursos territoriales. Es por ello que resulta de interés centrar nuestra reflexión sobre el paisaje como categoría patrimonial en el contexto nacional y local, con la que pretendemos aportar argumentos para comprender y actuar en el paisaje construido y por construir. Este artículo se propone entonces, repasar a grandes rasgos el derrotero conceptual de la categorización del paisaje como patrimonio, evaluar sus implicancias en nuestro ámbito para luego ensayar desde este abordaje patrimonial, otras miradas sobre el paisaje de Mendoza.