IMBIV   05474
INSTITUTO MULTIDISCIPLINARIO DE BIOLOGIA VEGETAL
Unidad Ejecutora - UE
congresos y reuniones científicas
Título:
El artificio naturalista: elementos metafísicos que persisten en el pensamiento evolucionista
Autor/es:
CAMPANA, ANTONELA; MARINO SALVADOR
Lugar:
Valle Hermoso - Córdoba
Reunión:
Congreso; I Reunión Argentina de Biología Evolutiva (RABE); 2015
Institución organizadora:
Biología Floral y Ecología Evolutiva - IMBIV-CONICET
Resumen:
Desde la Antiguedad, el pensamiento teológico occidental ha colocado al hombre dentro de un reino divino, donde su existencia y la del resto de la naturaleza quedaban explicadas en función de los designios de un ser superior. Dios creó y dio orden a toda existencia: el hombre así quedó incrustado entre el cielo y la tierra, mediador de una gradación ontológica. Él había sido forjado a imagen y semejanza de su creador, ocupando el lugar de un ser privilegiado entre el resto de los seres. En su cuerpo podían buscarse los rastros de las cualidades divinas. Sólo así pudo establecer un vínculo de conocimiento con el creador, y de esa forma otorgar un sentido a su paso por el mundo. Para entonces, la naturaleza era comprendida cómo el patio de juegos del hombre. Leyes divinas aseguraban una naturaleza estática e inmutable que brindaban un tranquilo estar. Dios era el garante de los cambios en los cielos y en la tierra, y también él fue quien había dotado a ese curioso ser de inteligencia, para comprender las leyes, los cambios y la perpetua trama de su creación. El mundo, el hombre, y el vínculo entre ellos, quedó así estructurado bajo las normativas divinas: todo tuvo su lugar en la creación, todo su espacio y su cauce: todo estaba dado, todo estaba explicado.Pero hacia la Modernidad, las leyes que otrora erigieron el entero mundo gobernado desde los cielos, quedaron reemplazadas por el rigor de una métrica. La ciencia, junto a la nueva exaltación de la razón y la autonomía del hombre, han ocupado desde entonces el trono que Dios había perdido. Aun sin renunciar a la idea de la naturaleza, el pensamiento evolutivo, estableció un nuevo vínculo entre ella y el hombre, que podía explicarse sin necesidad de apelar a un ser superior. Ahora sólo leyes naturales controlaban el curso de la vida sobre la tierra: el hombre es sólo un animal más, pero con un curso evolutivo diferente, un eslabón de una cadena natural, un fragmento de una historia compartida. Esta idea de naturaleza instalada por el darwinismo se impuso a través de los años cobrando legitimidad en la historia, hasta el punto de que aún oímos sus ecos en el pensamiento contemporáneo. Al principio estaba el caos, luego vino la inteligencia y lo arregló todo. La afirmación en las palabras de Anaxágoras presentó al azar como aquello que no es, separando a los entes que existen en virtud de un principio epistémico: el caos es aquello que no puede ser conocido. Sólo el conocimiento y la inteligencia son capaces de establecer un orden en el mundo de los seres, y sólo lo que ha sido ordenado puede llegar a ser conocido. De forma análoga a como Anaxágoras presenta el caos, el azar en la teoría darwiniana puede ser fácilmente comprendido como aquello que no puede ser aprehendido por las facultades cognitivas de los hombres, y por lo tanto manteniéndose como el fondo brumoso, vedado a los sentidos, que no puede ser explicado. El azar es esa unidad inicial, esa fuerza desde donde mana la inercia que mueve al cambio. Desde que Darwin otorgó al azar el puntapié inicial del cambio evolutivo, se convirtió en la raíz necesariamente compartida por todas las creencias evolutivas. Sin esa unidad fuera del alcance del conocimiento humano, el cambio sería inconcebible, en tanto el azar constituye su condición de posibilidad. El anhelo de agotar con herramientas cognitivas el misterio último de la naturaleza, responde al mismo deseo de pertenecer a un principio trascendente: la tendencia en el hombre a dar un sentido, una razón y una finalidad a su existencia, de lograr un bienestar respecto a la desdicha de errar en lo ininteligible. Así teología y naturalismo comparten una misma significación ideológica hasta el punto de que el naturalismo puede considerarse como la ideología religiosa en su fase adulta, que encuentra en la idea de naturaleza la confirmación de sus presupuestos originarios.