CEIL   02670
CENTRO DE ESTUDIOS E INVESTIGACIONES LABORALES
Unidad Ejecutora - UE
libros
Título:
Trabajo Argentino. Cambios y continuidades en 25 años de democracia
Autor/es:
DELFINI, MARCELO; SPINOSA, MARTIN
Editorial:
Universidad Nacional de General Sarmiento / Biblioteca Nacional
Referencias:
Lugar: Los polvorines; Año: 2008 p. 107
ISSN:
9789876300384
Resumen:
El retorno a la democracia en 1983 estuvo condicionado por los cambios producidos por las políticas aplicadas durante la dictadura. Las transformaciones desarrolladas en la sociedad argentina desde la instauración del último gobierno militar, en el año 1976, han sido de una magnitud y profundidad tales que lograron condicionar a los gobiernos democráticos que le sucedieron desde 1983. La instauración de un nuevo patrón de acumulación integrado a una política represiva tuvo como efecto la construcción de una matriz económica y societal que incidió definitivamente en el desarrollo de las políticas futuras. Tanto por algunos hechos y procesos consolidados en este período, como por la obstrucción de otros que venían llevándose adelante, sumado a la falta de iniciativas consolidadas por los actores sociales que supervivieron, los años siguientes prolongaron un modelo de sociedad que, en materia de empleo, distribución del ingreso, participación de los asalariados en la producción, entre otras variables, fue asentado con sangre. Desde este punto de partida es que analizamos, además de los cambios que venían desarrollándose a nivel mundial, el derrotero seguido por el “mundo del trabajo” en el transcurso de los últimos veinticinco años. Pero, ¿Qué entendemos cuando hablamos de trabajo?. En sentido amplio, el trabajo puede ser entendido como una mediación entre el hombre y la naturaleza, como la forma en que el hombre transforma el mundo y a la vez esa transformación lo produce como sujeto. Así visto, el trabajo es la actividad que mejor expresa las características de la existencia humana, tanto en los aspectos subjetivos e individuales (la creación de sí mismo que hace el hombre en la transformación del mundo) como, y en el marco de la cooperación que exige, de la dimensión social y colectiva del hombre como comunidad. Por lo tanto, desde esta visión antropológica, el trabajo es central en la configuración de la sociedad en la medida en que permite la realización del sujeto y del vínculo social. Un recorrido fugaz por las expresiones populares nos permiten recoger este carácter fundante del trabajo: “el trabajo es salud”; “el trabajo dignifica”, pero también el trabajo es “el yugo” y, como reza la estrofa de la canción popular, “me matan si no trabajo, y si trabajo me matan”. Esta aparente contradicción expresa, por una parte, las fluctuaciones en la experiencia social de diferentes grupos y, al mismo tiempo, las tensiones que surgen entre la realidad material e histórica del trabajo vivida por los individuos y el discurso moral, valorativo, que sitúa al trabajo en el lugar del deber ser. Este carácter antropológicamente fundante de lo humano, así como históricamente construido en su contenido fenomenológico, es lo que nos lleva a señalar la importancia del trabajo para comprendernos como sociedad. Durante el capitalismo, el trabajo y más específicamente el trabajo asalariado adquiere una importancia decisiva para el desarrollo societal en la medida en que aparece como generador de riquezas y punto central para la configuración de vínculos sociales e identidades. De esta forma, en el marco del desarrollo capitalista el trabajo transciende la idea de satisfacción de las necesidades fisiológicas para pasar a ser una forma de inscripción del sujeto en la sociedad. Esto es lo que da sentido a una tarea y crea un conjunto de relaciones a partir de las cuales el sujeto adquiere una identidad y un lugar en el entramado social, aunque no el único. Así considerado, el trabajo se manifiesta como forma de integración y pertenencia. Más allá de esta generalización se hace preciso señalar que la vivencia del trabajo y sus manifestaciones resultan heterogéneas dependiendo, entre otras cosas, del carácter asalariado o no, del régimen de acumulación que se impone en una determinada economía (del “modelo económico” como suele decirse), de la especificidad y el espacio concreto en que se inscriben las tareas y de las relaciones, características y el posicionamiento que cada persona asume en los procesos productivos y en la distribución de los bienes producidos socialmente. Justamente fueron estas dimensiones las que modificaron profundamente su contenido en los últimos veinticinco años de la historia Argentina, a partir de cambios que se venían llevando a cabo en un contexto más amplio y de decisiones que implicaron el modo en que nuestra sociedad se ajustaba o participaba de ellos. Como suele suceder en la historia (podríamos decir en la actividad del hombre en general), la experiencia necesita ser nombrada, conceptualizada de algún modo para integrarse globalmente al conjunto de las vivencias y representaciones que nos permiten transitarla. Por este motivo, desde mediados de la década de 1980 se comenzó a hablar constantemente de las “transformaciones del mundo del trabajo”. Es así que tanto desde los espacios y organizaciones políticas como la Organización Internacional del Trabajo (OIT) o los Sindicatos como en el ámbito académico surgieron nuevos nombres y palabras para hablar de una nueva realidad que, como veremos luego, sólo en algunos casos se correspondía con la cotidianeidad del trabajo concreto. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que así como ante objetos o hechos nuevos o desconocidos, surgen en principio asociaciones con los viejos nombres de aquellas cosas a las que se le parecen (y así al automóvil se lo llamó carro), de igual modo con frecuencia el renombrar viejos sucesos constituye una propuesta de inscripción en un sentido distinto del que tenían (y entonces a la injusticia la llamamos inequidad). Se señalaban como parte de este cambio a los procesos organizacionales de nueva racionalización, a las formas de división del trabajo y de relación de los trabajadores entre sí y con los medios, al impacto de las nuevas máquinas, a las nuevas tecnologías sociales, a la flexibilidad, la precarización, los cambios en la estructura productiva y en la demanda de mano de obra, a la inividualización, la descolectivización, la transformación de las relaciones laborales, los nuevos criterios de clasificación de mano de obra y podríamos seguir nombrando conceptos como estos, que intentan dar cuenta de los hechos y que se fueron incorporando en la medida en que se avanzaba en la investigación sobre el mundo del trabajo y se volvía a mirar sobre el espacio de trabajo como objeto de estudio, alejándose de los estudios que hacían hincapié exclusivamente en los datos del mercado de trabajo. La construcción o reconstrucción de este objeto constituido por el trabajo concreto en las organizaciones particulares, derivó en la recurrencia desde la sociología del trabajo, la economía y las disciplinas ligadas a la organización del trabajo (el management) hacia otras disciplinas que permitiesen definir mejor el campo de estudio, así como aportar herramientas investigativas apropiadas. La antropología, la psicología, la ergonomía, la pedagogía, entre otras, contribuyeron a reconstruir los análisis sobre el mundo del trabajo. Todo este movimiento que se expresaba tanto en los hechos como en los estudios de modo no siempre acompasado, en Argentina cobró fuerza a partir de la década de 1990. Tanto los análisis que comenzaron a indagar acerca de los cambios operados en la estructura económica, como los referidos a los espacios laborales, fueron dando cuenta de las transformaciones que se habían producido hasta entonces y de las que comenzaban a desarrollarse en los ámbitos de trabajo. Incorporando nuevas instancias a esos estudios que se circunscribían a los cambios acontecidos desde la dictadura y las transformaciones desarrolladas en el gobierno de Carlos Menen, las investigaciones se centraron en lo ocurrido en las empresas privatizadas, en aquellas pertenecientes a la nueva ola de inversiones extranjeras y en la conformación de nuevos espacios de trabajo. Así como la fábrica fue el espacio de trabajo privilegiado durante la Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), en el nuevo período y ante el cambio operado en la estructura sectorial, se instalan nuevos ámbitos de trabajo, muchas veces no claramente definidos. Los fenómenos ligados a la tercerización (el desgajamiento de empresas en subcontratistas), la terciarización (mayor presencia de las áreas de servicios aún en empresas con una fuerte identidad técnico productiva como lo es el caso de los servicios públicos) y esta especie de vuelta al hogar (el trabajo a domicilio, desde el tradicional a façon hasta el teletrabajo) por una parte; así como la agudización de lo precario y el cuentapropismo de subsistencia por otro (recordemos los fenómenos de trueque como la expresión máxima de este proceso de subutilización de las fuerzas productivas), fueron configurando junto con el temible flagelo del desempleo (como se lo llamó, en una muestra más de la naturalización operada en el discurso de los fenómenos sociales) una realidad del trabajo fuertemente fragmentada, así como una representación generalizada que concebía el trabajo como la decadencia de lo que fue y un devenir aún más tormentoso. Pero como venimos sosteniendo, los cambios que se suceden no sólo se vinculan con la lógica productiva; también los nuevos procesos productivos, las formas novedosas de organizar el trabajo, así como las aggiornadas estrategias empresarias traen consigo un lenguaje y, junto con él, nuevas formas para incrementar la productividad que no radican en lo concreto material sino en lo simbólico. De este modo, otras formas de nominación hacen su aparición en lo cotidiano, intentando reemplazar las gastadas y luchadas viejas palabras: el operario del modelo fordista es el operador o team leader, aparecen los telemarketers, crecen los servicios de atención al cliente, se incrementan los premios por productividad, abundan los empleados del mes, el espacio de trabajo es cubierto por clientes internos, se modifican los criterios de clasificación y se cambian las formas de selección, a la vez que se le imprime a los espacios de trabajo una nueva impronta dominada por la competencia entre pares, que intenta sustituir las tradicionales formas de regulación de la relación conflictiva entre capital y trabajo. Estas alteraciones pugnan por imponer nuevos rasgos de identidad, lo que supone crear una nueva lógica en la que las identificaciones de los individuos y grupos se vinculen a la empresa y no ya a la clase o al sindicato. A lo largo de este libro iremos abordando estos distintos procesos de transformación del mundo del trabajo, entendiendo que estos cambios pueden determinarse a partir de lo acontecido en los procesos de trabajo, las relaciones laborales y la flexibilidad laboral como resultado de un proceso de creciente individualización. Desde nuestro punto de vista, estas dimensiones permiten agrupar y distinguir a la vez este conjunto de procesos dispares que suelen presentarse monolíticamente como una “nueva era”, pero creemos que sólo puede ser entendido en su causalidad en la medida en que se lo analiza como parte de un proceso más amplio inscripto en las transformaciones estructurales y que, al mismo tiempo, debe considerar los efectos de la dictadura como un punto de inflexión desgarradora para la clase trabajadora argentina. Este agrupamiento que proponemos considerando dos grandes dimensiones estructurantes nos permite poner en relación diversos hechos. Así, en el marco de los procesos de trabajo, se incluyen los cambios tecnológicos y organizacionales y los efectos que ellos tienen sobre los trabajadores, las nuevas nominaciones y el conjunto de simbolismos que se desarrolla, en el que también aparecen nuevas figuras. Las relaciones laborales nos permiten dar cuenta del vínculo entre los aspectos macro estructurales y las relaciones sociales desenvueltas en los espacios de trabajo, las formas que éstas adoptan, quiénes las desarrollan y qué contenidos se ponen en juego. El análisis de la flexibilidad incluyendo los elementos de precarización, nos permiten observar el modo en que se ven afectadas las solidaridades anteriores y cómo aquellos cambios vinculados a los lugares de trabajo repercuten sobre las relaciones laborales, condicionan procesos y rearticulan las formas de solidaridad colectiva. Éstas se vinculan con el carácter de ruptura que implica, en términos de Robert Castell, la “desafiliación” de los sujetos de los espacios donde construían su integración a la sociedad y de un conjunto de servicios a ellos vinculado, como la salud, la educación y redes sociales de apoyo. De este modo, la estructuración del libro propone en el primer capítulo, partir del análisis de los efectos que la dictadura tuvo en el mundo del trabajo. En el capítulo siguiente, comenzamos a desarrollar las dimensiones referidas anteriormente. De lo concreto a lo abstracto, tomaremos en primer lugar el estudio de los procesos de trabajo y los cambios desarrollados en la organización del trabajo, el uso de las tecnologías y los productos, así como del papel asignado a las personas y, en consecuencia, las trayectorias profesionales que éstas pueden construir, sus identidades y saberes. En el tercer capítulo profundizaremos el modo en que se construyen las relaciones sociales de trabajo. Esto es lo que llamamos relaciones laborales y que permite dar cuenta de nuevas formas de cooperación, de nuevos sentidos y representaciones impulsadas, negociadas, impuestas a la sociedad, a los otros y a sí mismo. Tomamos aquí en especial consideración los procesos de constitución de los actores individuales y colectivos: el trabajador, la empresa, el sindicato, el Estado; así como las formas de regulación que entablan para dirimir los conflictos de intereses que surgen indefectiblemente en la relación laboral y que ponen en relación los aspectos que se definen como flexibilizadores. Finalmente, y a modo de conclusión, retomaremos la mirada conjunta de las dimensiones analíticas propuestas, de los hiatos entre discursos y prácticas, de los actores presentes y los ausentes, para inscribirla en un proceso histórico que abarca los últimos veinticinco años y cuyo desenvolvimiento compromete nuestro futuro como sociedad y como trabajadores.