INVESTIGADORES
PAGLIONE Horacio A.
libros
Título:
Cartas de una hermandad. Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Ezequiel Martínez Estrada, Luis Franco y Samuel Glusberg
Autor/es:
PAGLIONE, HORACIO
Editorial:
Emecé
Referencias:
Lugar: Buenos Aires; Año: 2009 p. 326
ISSN:
978-950-04-3186-6
Resumen:
Introducción a Cartas de una Hermandad - Un estudio de afinidad electiva. Conforme a las memorias de diversos testigos, en la década del ?20 un curioso quinteto literario solía animar en horas del atardecer las tertulias de la Biblioteca del Consejo Nacional de Educación, deambulando luego hacia el Aue?s Keller y otros bares de la bohemia porteña. Eran Horacio Quiroga, el autor ya reconocido de los Cuentos de la selva y de Anaconda; el joven Ezequiel Martínez Estrada, que recién se daba a conocer como poeta con Oro y piedra y Nefelibal; Luis Franco, que acababa de llegar de su Catamarca natal con los versos de La flauta de caña; y Samuel Glusberg, el narrador novel que comenzaba a firmar sus cuentos con el seudónimo de Enrique Espinoza y editor de todos los demás en el sello Babel. Los cuatro ?hermanos?, como gustaban llamarse entre sí, habían constituido en torno a la figura tutelar de don Leopoldo Lugones, el director de la Biblioteca, una singular cofradía de la que da cuenta este libro. Patriarca indiscutido de las letras argentinas de entonces, Lugones ocupó ese modesto puesto burocrático durante más de veinte años, desde 1915 hasta su muerte en 1938. La Biblioteca del Consejo Nacional de Educación, luego rebautizada Biblioteca Nacional de Maestros, estaba localizada en el Palacio Pizzurno (edificio que hoy aloja al Ministerio de Educación) de la calle Rodríguez Peña, entre Paraguay y Marcelo T. de Alvear. En la década de 1920 Lugones había llevado a trabajar consigo a los ?hermanos menores?, Glusberg y Franco, y también recibía allí las visitas de los ?hermanos mayores?, Quiroga y Martínez Estrada. Este último dejó un retrato conmovedor de la austeridad con que encontraba trabajando a su maestro. ?En su despachito, sin habitaciones particulares ni mucamos, sin automóvil, sin colaboradores familiares, sin edictos, transcurrió parte de su luminosa vida. Iban por la tarde, a visitarlo y a recoger la dádiva fecunda de su palabra, algunos amigos. A veces se interrumpía la plática por el vibrar del timbre con que se lo llamaba desde los sitiales de las autoridades superiores. Lugones salía para recibir órdenes e instrucciones de sus jefes. Una vez, en los malos tiempos de siempre, lo encontré frotándose las manos ante la estufa, con la cabeza casi totalmente encanecida, su traje pulcramente aseado y raído de las tareas sedentarias. Frío, vejez y pobreza. Sentí en mí la pena y la vergüenza de doce millones de seres humanos juntos, y sentí ganas de tirarme al suelo y ponerme a gritar? (Martínez Estrada, 1940: 273-74). Al cabo de la jornada laboral, la fraternidad frecuentaba los bares y cafés del centro porteño, sobre todo el mítico Aue´s Keller de Bartolomé Mitre entre Florida y Maipú.