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Hasta hace un tiempo, la imagen que predominaba en la reconstrucción del campo cultural argentino de la década del veinte era la de la emergencia de lo ?nuevo?, identificado fundamentalmente con el surgimiento de la vanguardia y con la polarización entre Florida y Boedo. Los centrales textos de Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano (1983; 1997) enfatizaron el foco en las estéticas y en las formaciones emergentes, y atendieron a los conflictos y polémicas con ciertos referentes visibles de la generación anterior. No obstante, en la última década, han surgido otros trabajos, como los de Horacio Tarcus (2002; 2009) en los que se complejiza el panorama cultural de la década del veinte, entre otras razones, gracias a la sutil identificación de los intercambios intergeneracionales y a la relativización de las diferencias irreductibles entre grupos. Allí se hace más evidente que en la década del veinte aún están activas las plumas de la generación anterior, contra las cuales o junto a las cuales se han definido las nuevas formaciones culturales en sus revistas e intervenciones públicas. En este trabajo nos proponemos atender al lugar que las revistas Babel (1921-1928) y La Vida Literaria (1928-1932), dirigidas ambas por Samuel Glusberg, le dieron a las figuras y a las obras de Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones. Atendiendo a los sendos números homenaje que Babel publicó en 1926, pero también a la inclusión de sus ensayos, poemas y relatos en ambas revistas, nos interesa identificar por un lado, los términos de una reivindicación que se ejerce sobre los maestros o antecesores generacionales, y por otro, las discusiones implícitas con otros grupos como los nucleadas en Proa, Martín Fierro y Claridad. Cercanos en sus inicios literarios, levemente desfasados en los roles de joven poeta consagrado y discípulo, Quiroga y Lugones siguieron, no obstante, trayectorias diferenciadas, y esa distinción también se vio reflejada en las valoraciones de la revista.

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