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Si bien todo documento de cultura encierra un documento de barbarie ?y Walter Benjamin ya nos ha sugerido cómo podemos desentrañar sus contradicciones, cepillando la historia ?a contrapelo?- algunos documentos condensan la conflictividad de una época de un modo ejemplar. Por eso logran una vigencia social que provoca múltiples y sucesivas apropiaciones, en momentos y lugares distintos, que procuran leer estos documentos no sólo para explicar el fenómeno histórico que representan, sino también para arrojar luz sobre un proceso actual o sostener una posición teórica en el campo intelectual. A la hora de investigar la trayectoria de un intelectual como José Carlos Mariátegui, podemos decir que nos encontramos ante un ?documento? que condensa tanto vigencia como multiplicidad de interpretaciones. Y el primer impacto es, sin duda, reconocer que no estamos frente a una carpeta de archivo llena de polvo, de esas que podemos sacudir hasta el cansancio, pero siempre quedarán lo suficientemente llenas de tierra como para mantener un halo ?neutral? que las preservará de los conflictos y las pasiones del presente. Mariátegui fue, conscientemente, un intelectual que vivió y pensó en los comienzos del siglo XX. Un escritor que se esforzó por ser, como él mismo decía de los artistas, un ?hijo de su tiempo?. Y sin embargo, es invocado desde nuestro tiempo por investigadores de todo el mundo que han encontrado en sus reflexiones ?y seguramente también en el período histórico que le tocó vivir- algunas claves para explicar este cambio de siglo que nos encuentra a veces escépticos y desorientados. Para emprender nuestro viaje al interior del pensamiento de Mariátegui, es importante ser conscientes ?y ahora conviene explicitarlo- de que nuestra lectura se encuentra alojada en un largo itinerario, que se fue trazando desde que el peruano postuló que el marxismo era una ?brújula?, hasta que su obra se convirtió en ?brújula? del marxismo latinoamericano

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