INVESTIGADORES
DE ORTUZAR Maria Graciela
congresos y reuniones científicas
Título:
Bienestar y desigualdad social
Autor/es:
DE ORTÚZAR, M. GRACIELA ET. AL
Lugar:
Buenos Aires
Reunión:
Jornada; Jornadas de Económicas; 2012
Institución organizadora:
UBA
Resumen:
Es habitual asociar el bienestar con la satisfacción de las preferencias o deseos de las personas. Desde esta perspectiva, a mayor satisfacción de preferencias, mayor bienestar. Sin embargo, lograr lo que deseamos no siempre implica que nos sintamos bien: una cosa es tener lo que se desea y otra disfrutar lo que se tiene. Lo que está en juego aquí son dos nociones distintas de bienestar, dos objetos distintos a los que podemos referirnos cuando hablamos de bienestar subjetivo: en algunos casos, hablamos de bienestar para referirnos al juicio que hace una persona sobre su vida; en otros, hablamos de bienestar para referirnos al balance de estados emocionales positivos y negativos de una persona. En el primer sentido, la persona disfruta de mayor bienestar cuanto más satisfecha esté con su propia vida, cuanto más favorablemente juzgue la bondad de su vida como un todo. En el segundo, la persona disfrutará de mayor bienestar cuanto menos frecuentes sean en su vida sentimientos o estados de ánimo negativos como la angustia o la depresión y más frecuentes resulten los sentimientos positivos. Además de ser conceptualmente distintos, estos dos sentidos de bienestar denotan fenómenos diferentes que no siempre van de la mano. Así, recientes investigaciones psicológicas sobre los determinantes del bienestar (Diener, Ng, Harter & Arora 2010) muestran que aunque la prosperidad material predice nuestros juicios de satisfacción con la propia vida, es la prosperidad psicosocial la que permite predecir el bienestar emocional. Existen razones para valorar el bienestar emocional por sobre el bienestar entendido como juicio de satisfacción: el segundo se basa en la comparación conciente de nuestra vida con lo que creemos que nos hará bien, mientras que el bienestar emocional puede verse como la aprobación o desaprobación de nuestra vida que emana no puramente de nuestra reflexión en base a estándares que pueden ser errados, sino de nuestra misma naturaleza emocional -un juicio que tiene raíces más profundas y mayores efectos sobre nuestra vida mental, fisiología y comportamiento. Mientras las defensas del crecimiento económico suelen suponer que éste mejoraría el bienestar en el sentido de satisfacción vital a través de la mayor riqueza material, las investigaciones epidemiológicas de Richard Wilkinson y Kate Pickett (2009) muestran que lo que realmente impacta en nuestro bienestar emocional no es la riqueza material sino la calidad de las relaciones sociales (una parte importante de lo que Diener et al. denominan riqueza psicosocial). Estas investigaciones revelan que la desigualdad de ingresos en una sociedad es un determinante clave de la calidad de sus relaciones sociales (de cuán jerárquica y competitiva o igualitaria y cooperativa es una sociedad). Así, no es de extrañar que las sociedades más desiguales deterioren el bienestar emocional de sus miembros, incrementando los niveles de angustia y estrés, con el consiguiente deterioro no sólo del bienestar emocional sino también de la salud. Estas investigaciones sugieren, entonces, que de cara a mejorar el bienestar de la población en el sentido que realmente importa, es más conducente mejorar la distribución del ingreso que apuntar al crecimiento de la producción.