INEO   27310
INSTITUTO DE FILOSOFIA "EZEQUIEL DE OLASO"
Unidad Ejecutora - UE
congresos y reuniones científicas
Título:
El valor democrático de la desconfianza
Autor/es:
GARCÍA VALVERDE, FACUNDO
Lugar:
Cordoba
Reunión:
Workshop; V Workshop Nacional de Ética, Política y Derecho,; 2019
Institución organizadora:
Universidad Nacional de Córdoba
Resumen:
No es arriesgadoafirmar que, alguna vez, cada uno de nosotros fue traicionado por un político.Para ello no hace falta que el político en cuestión haya contado a otrosnuestros secretos, que haya dañado a los niños que les dejamos momentáneamentea cargo o que deje de llamarnos una vez que extrajo del cultivo de nuestrarelación un beneficio personal. Para haber sentido la traición, sí hace faltaque el político entable alianzas parlamentarias no-estratégicas y estables conaquellos a los que supuestamente se oponía; o que, una vez llegado al poder,incremente sus ganancias personales construyendo un simple mecanismo donde eldinero público acaba en una red de hoteles manejada por sus testaferros; o quese haya demostrado su absoluta incompetencia para lidiar con un problemaeconómico, por ejemplo, la baja de la inflación.La cuestiónfilosófica interesante que señala este hecho es si debiéramos sentirnostraicionados o si tal sentimiento es un síntoma de cierta adolescencia política.Después de todo, buena parte de la razón para la división de poderes y para losrigurosos procesos de contraloría es que, debido a asimetrías de información,poder e incentivos, es completamente racional desconfiar de los políticos engeneral. Como ya lo dijera David Hume, debemos suponer que todos los hombres enel poder ?son truhanes que no tienen otra finalidad que el interés privado?; sino basamos nuestras instituciones en esta actitud, ?sólo tendremos seguridadpara nuestras libertades o propiedades en la buena voluntad de los gobernantes.Es decir, que no tendremos seguridad en absoluto.? (Hume 2010: 79)De esta forma, larespuesta hace tres siglos y ahora, es la misma. No, no deberíamos sentirnostraicionados porque, en primer lugar, nunca debiéramos haber confiado en lospolíticos en general. Todos los indicadores de confiabilidad han sido tan ytantas veces abusados que, incluso aquellos políticos individuales que hanmostrado una trayectoria de honestidad, compromiso con el interés público y quehan dado acabadas cuentas de su motivación a ser supervisados por el escrutiniopúblico, caen tras un velo de sospecha generalizada. Sin embargo, loscostos de sospechar todo el tiempo sobre todos son muy altos, desperdicianoportunidades de cooperación y terminan por cercar los límites del sistema de cooperación a aquellos con quienes tenemosvínculos sociales o afectivos estrechos (la familia, el clan, la tribu, etc.) [Hardin2004]. Necesitamos un sistema de cooperación para ser creativos, para poderdescubrir nuevas formas de cooperación, para tener derechos sociales eindividuales y para crear sentidos de pertenencia allende los que no elegimos.  A grandes rasgos, la teoría política diseñódos formas de conducir esta desconfianza general hacia los políticos: una formarepublicana y una forma populista. La forma republicana,basada sobre la idea de la vigilancia del poder, parte de lo que Sztompka denominóla paradoja democrática. La arquitectura institucional de la democracia(regularidad de las elecciones, división de poderes, decisiones mayoritarias,el Estado de derecho, la revisión judicial, etc.) implica unainstitucionalización de la desconfianza, la que ofrece un reaseguro a aquellosciudadanos que están dispuestos a arriesgarse y confiar su vulnerabilidad alpoder político. Cualquier violación de la confianza depositada será respondidapor una sanción al ?traidor?. Así, si un político se enriquece ilícitamente (locual no puede evitarse siempre) pero se activan ciertos mecanismosinstitucionales para sancionarlo, la democracia sigue siendo legítima. Así,mientras mayor sea la institucionalización de la desconfianza, mayor será laconfianza espontánea de los ciudadanos en el sistema en general (Sztompka2000).La forma populista,por el contrario, recupera la necesidad de confiar en un político a través deuna relación carismática, desigual y de liderazgo personal. La duda y sospechade que las instituciones republicanas podrían estar sirviendo a interesesespurios, elitistas u oligarcas representa una emergencia cognitiva que  es salvada por ese líder (Offe 1997: 77).Dicho muy rápidamente, convierte la relación política del político con elciudadano en una relación supuestamente personal, donde vuelve a tener sentidoconfiar en el político en tanto sujeto virtuoso en extremo y, por añadidura, encualquier institución que emane de esa relación. El populismo, al pretenderminimizar el abismo entre el representante y el representado, vuelve a hacerrazonable la confianza en el político en tanto individuo. Así, los indicadoresde su confiabilidad no son sólo su trayectoria política (que podría ocultar lasmismas oscuras intenciones que el resto) ni los méritos de las políticas quepropone (que son difícilmente evaluables sin la información disponible que unpolítico dispone), sino una historia personal, unas características de supersonalidad y una forma especial de vincularse con los ciudadanos.De esta manera, elproblema pareciera ser cómo reconducir la desconfianza genérica en lospolíticos a la confianza, ya sea a través del establecimiento de instituciones,ya sea a través del establecimiento de una relación carismática. En este artículo ofreceréun camino distinto hacia el problema de la desconfianza en política. Sin duda,una democracia ? y ningún sistema político mínimamente representativo ? no puedesobrevivir a una permanente  y penetrantedesconfianza y, por lo tanto,  hay unsentido en el que el objetivo último debe ser la estabilización de ciertaconfianza en el sistema político. Este objetivo, no obstante, puede hacernosperder de vista que, bajo ciertas condiciones, la desconfianza puede tener unvalor democrático y que debería ser fomentada más allá de si la soluciónrepublicana o la solución populista son adecuadas.