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El incremento de la superficie forestada es percibida como una herramienta para aumentar la capacidad de mitigación de la concentración de gases de efecto invernadero (GEI), basándose en la capacidad de fijar C en su biomasa. Sumado a ello, los suelos también muestran tener capacidad de albergar bacterias metanotróficas capaces de oxidar metano (CH4) alcanzando valores de 2 a un 19% de la cantidad emitido por el ganado doméstico según el ecosistema que se considere. Este importante servicio ecosistémico varía según las condiciones ambientales, generando que incluso un mismo sitio, pueda pasar de ser un sumidero a ser un emisor. Así, existen propiedades físicas, químicas y biológicas que limitan esta función de mitigación. Entre otros, es posible mencionar a la difusividad de los gases en la interfaz suelo-atmosfera (porosidad, cantidad de agua en los poros), así como también diversos factores climáticos y ambientales (dinámica del agua en el suelo, temperatura, presión parcial de O2), biológicos (calidad y cantidad de materia orgánica) y químicos (sales, nutrientes) que determinan la actividad de las bacterias metanotróficas del suelo. La presencia de una cobertura forestal determina cambios, en relación a otros usos del suelo, en varios de los aspectos mencionados que podría favorecer el accionar de dichas bacterias. Así, los estudios incipientes sugieren que los sistemas forestales estudiados en el SE bonaerense ?pinares y eucaliptales- poseerían una mayor capacidad de mitigación de CH4 que los sistemas herbáceos en los mismos suelos y condiciones climáticas, aunque esta diferenciación depende del nivel de cobertura arbórea en el caso de los eucaliptos. En ambas especies arbóreas, los sistemas más abiertos con herbáceas en el sotobosque, fueron los de mayores flujos negativos de CH4, sugiriendo que los sistemas silvopastoriles serían una opción que maximiza este servicio ambiental, al menos con estas especies y condiciones climáticas y edáficas.