CONICET | Buscador de Institutos y Recursos Humanos

Hace un tiempo Eduardo Miguez presentaba un trabajo en la Red de Estudios rurales, en el Instituto Ravignani, con un título muy provocador, ?Del feudalismo al capitalismo agrario: ¿el fin de la historia... agraria?? (Miguez, 2015). Más allá de la agudeza o no del título elegido -y la singular provocación- la presentación hacía referencia al grado de desarrollo que había, que ha adquirido, la historia agraria del Río de la Plata, más precisamente en lo que se conocía a principios del siglo XIX como la campaña de Buenos Aires. Reconocía Miguez que ese desarrollo había llevado a una conclusión generalizada en buena parte de la historiografía académica, acerca de un grado de consenso sobre el devenir histórico de nuestra región entre fines de la colonia y la primera mitad del siglo XIX. Ese acuerdo implicaba la aceptación de ciertos rasgos que se discutieron con la historiografía previa de la región. Estos eran la presencia en la campaña de una multitud de familias donde se suponía que sólo había vacas y grandes estancias, con una mano de obra misógina sometida totalmente a los designios de los propietarios, los grandes estancieros. Se trataba de conformaciones familiares que, por lo general, tenían por lo menos uno de sus integrantes migrante del interior, y en muchos casos los dos y parte de sus hijos. A su vez, la comprobación que la producción cerealera era tan importante como para que el diezmo que pagaba superara con creces al de la ganadería, cuyos cueros, futuro principal bien de exportación, todavía no se podía comparar con la producción del resto del litoral. Producción agrícola y ganadera la de la campaña que se volcaba mayoritariamente al consumo de la ciudad de Buenos Aires, funcionando como un mercado ávido de alimentos para una población de 40.000 almas cuyas actividades estaban en otro lado, el comercio, la burocracia virreinal, el ejército y las actividades urbanas en general.