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Hablar de Hernán Cortés hoy, a casi quinientos años de su llegada a México, puede sonar a hiperbólica redundancia. ¿Qué decir de este personaje polémico, de sus fatigados días de conquista y colonización, de sus múltiples disputas con enemigos españoles e indígenas, de las innúmeras sospechas que, aún hoy, pesan en su contra? Muy poco podría agregar a lo que estudiosos mucho más versados han propuesto a lo largo de las últimas décadas e incluso a lo que, con meticulosa erudición, se ha afirmado en estos días de Coloquio. Consciente de estos límites, me ceñiré a mi propio límite: la escritura cortesiana. No el personaje histórico, ni siquiera sus representaciones históricas, literarias, jurídicas que tuvieron lugar a lo largo de más de quinientos años. En cambio, sí sus trazos, su escritura (abigarrada por momentos, despojada en otros, certera siempre), producto de esa ?manía escrituraria? (Glantz, 2001: XXX) que nos ha legado cartas, instrucciones, memoriales, probanzas, actas judiciales y textos variados, semiocultos en bibliotecas de España, Alemania, América y los Estados Unidos. Me propongo indagar, en especial, los silencios cortesianos: ¿qué es lo que no dicen sus epístolas, qué es lo que sus numerosas misivas ocultan o soslayan, o insinúan apenas en deslices metonímicos, más potentes aún por el peso representacional de su contigüidad?