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Las relaciones entre prensa y literatura constituyen un problema que excede ampliamente al siglo XIX; basta pensar, por ejemplo, en los vínculos analizados por el crítico inglés Ian Watt para el surgimiento de la novelística inglesa de mediados del siglo XVIII, cuyos autores ?en particular Richardson, autor de la célebre Pamela, aunque también Fielding y Defoe? se beneficiaron ampliamente de los cruces e interpenetraciones de las nuevas plataformas de lectura ?esto es, el periódico y los salones como ámbitos de socialización letrada?. Pero también podríamos pensar, más acá, en los efectos generados por el periódico en la escritura ?o estilo? de determinados escritores contemporáneos: digamos, de Horacio Quiroga o Roberto Arlt a Carlos Monsiváis o Manuel Vincent, por poner algunos ejemplos conocidos. No obstante, desde una mirada preocupada por lo que Quentin Skinner llamó ?condiciones semánticas de producción?, la imposición de un nuevo paradigma publicitario inaugurado por las Cortes de Cádiz y la relativa simultaneidad de ese suceso con el derrumbamiento final de lo que Roger Chartier llamó ?antiguo régimen tipográfico? nos invita a repensar la circunstancia histórica de las innovaciones técnicas y tecnológicas provistas por la prensa, en tanto dichas innovaciones ?con su carácter contingente? fueron configurando no sólo determinados formatos y/o géneros discursivos sino también determinados modos de percibir, concebir y consumir los productos literarios.