INVESTIGADORES
ABRAHAM Elena Maria
congresos y reuniones científicas
Título:
Desertificación y cambio climático en Mendoza. Vinculando adaptación y desarrollo en las tierras secas: restricciones y oportunidades
Autor/es:
ABRAHAM, E
Lugar:
Mendoza
Reunión:
Simposio; del Foro de Cambio Climático, las expectativas frente a la COP21; 2015
Institución organizadora:
UNCUYo y Naciones Unidas
Resumen:
Las tierras secas incluyen las regiones de la superficie terrestre donde la producción de cultivos, forraje, madera y otros servicios del ecosistema son limitados por el agua. Esta definición abarca todas las tierras donde el clima se clasifica como seco (hiperárido, árido, semiárido y subhúmedo seco). En esta clasificación los desiertos son los sitios con mayores restricciones, abarcando desde el hiperárido al árido. Aquí las condiciones climáticas están sujetas a gran variabilidad y la población depende estrechamente de los servicios ecosistémicos ?especialmente relacionados con el agua- para cubrir sus necesidades básicas. Cuando estos ecosistemas han sido sometidos a un uso abusivo de sus recursos, pierden la capacidad de recuperarse y pueden entrar en una espiral de degradación que conduce a la desertificación: la pérdida de su capacidad a largo plazo de suministro de bienes y servicios a las poblaciones humanas. La desertificación implica todos los procesos de degradación de tierras en zonas secas y es el resultado de una combinación entre las actividades de sobrecarga de los seres humanos y las severas condiciones ambientales, en particular, las variaciones del clima y la sequía. Esta última producida cuando las lluvias han sido considerablemente inferiores a los niveles normales, causando agudos desequilibrios hídricos que perjudican los sistemas de producción agrícola. Un factor desencadenante de la desertificación es el mal uso de los recursos de tierras secas por tecnologías no adaptadas.Las comunidades locales y las culturas tradicionales han adoptado prácticas que optimizan la escasa oferta hídrica de los desiertos, adaptándose a bajos consumos. Actualmente, con el protagonismo de los sistemas urbanos, la ocupación a escala del territorio y la creciente complejidad de los usos del suelo, se simplifica la adaptación sólo a la sistematización del uso del agua en complejos oasis irrigados, convirtiéndolos en territorios centrales de las cuencas, dejando las áreas no irrigadas como periferias subordinadas. Así, con limitaciones en los recursos disponibles y escasa población, los territorios secos no irrigados sólo albergan actividades de subsistencia -principalmente relacionadas con estrategias de pastoreo extensivo- con círculos viciosos de pobreza y degradación, expresados en procesos de desertificación. Enclaves relacionados con actividades extractivo-industriales como minería y petróleo escapan a esta situación, en la mayoría de los casos con alto impacto ambiental. Las sociedades tradicionales muestran un bagaje enorme de prácticas de adaptación a las condiciones del desierto, respetando los límites de capacidad de carga, umbrales de resiliencia y capacidad de reproducción social. Las prácticas de manejo agro-silvo-pastoril, la colecta de aguas de lluvia, el uso y almacenaje de recursos subterráneos en pozos y represas, son solo algunos ejemplos exitosos que aprovechan la amplia gama de bienes y servicios que ofrecen las tierras secas. Valorar estas experiencias implica posicionarnos críticamente en relación con los modelos de desarrollo asumidos por nuestras sociedades, impregnados por un modo de vida urbano. Desde esta visión hablamos de ?vencer al desierto?, transformándolo y no conviviendo con él. Las tierras secas enfrentan grandes desafíos, tanto biológicos como sociales, económicos y políticos, expresados en la competencia por el uso de la tierra y la apropiación de recursos estratégicos de agua y suelo. Esto conduce a la centralización de riqueza y poder, generando desequilibrios territoriales y falta de equidad social. La desertificación está asociada a la vulnerabilidad -entendida en conexión con riesgos y desastres- concepto que vincula la relación que tiene la gente con su ambiente, instituciones, fuerzas sociales y valores culturales. Las poblaciones que viven y administran los recursos de tierras secas han demostrado capacidad para desarrollar sistemas de uso de los recursos que les han permitido enfrentar el amplio espectro de variabilidad que ofrecen estos ecosistemas. Estas sociedades han implementado estrategias de adaptación al cambio -cíclico o excepcional- a través de prácticas ligadas a la memoria colectiva y a estrategias de reproducción social. Estos conocimientos han permitido organizar las acciones ejercidas sobre los recursos y capacitan a los grupos sociales para dialogar con el cambio y ajustarse a él, permitiendo superar la base de incertidumbre que caracteriza a las tierras secas y colocándolos un amplio margen por encima de las condiciones de variabilidad. Esto constituye un ejemplo para otros ecosistemas del mundo también afectados por condiciones de variabilidad relacionadas con el cambio climático. Los habitantes de las tierras secas han sabido cómo dialogar, a través de los años, con escenarios de incertidumbre que se extenderán a otras áreas en un futuro cercano. Una de las mayores preocupaciones de las convenciones ambientales y de los estados nacionales. En un mundo cambiante, donde los territorios húmedos estarán sujetos a una sequedad progresiva, y viceversa, surge la necesidad de que aquéllos que ya saben acerca de los cambios que implica la adaptación puedan transferir sus conocimientos, vinculando la UNCCD, con la UNFCCC. En nuestra provincia, las actividades productivas se estructuran en torno al modelo agroindustrial inserto en una economía de mercado. Este fenómeno se manifiesta especialmente en el gran desarrollo de los oasis irrigados en detrimento de los espacios que carecen de agua de riego. Esta contraposición se expresa incluso en las dos realidades sociales y económicas de Mendoza: una economía de mercado y otra de subsistencia. La contradicción también se observa desde el punto de vista ambiental, pues el oasis funciona como un ambiente central hegemónico y el resto del territorio como sistemas marginales.El aprovechamiento de la red hidrográfica formada por los ríos Mendoza y Tunuyán en el norte, Diamante y Atuel en el centro y, en menor proporción, el Malargüe en el sur, ha permitido conformar los oasis, que representan, según diversas fuentes, entre el 2.5 y el 4% de la superficie total provincial (Abraham et al., 2013). A pesar de su limitada extensión territorial (aproximadamente 3.600 km2), constituyen el soporte de casi el 95% de la población, con densidades máximas en las zonas urbanas de 300 habitantes por km2. Los aportes hídricos permanentes con los que se alimenta a los oasis irrigados, provienen en su totalidad de la fusión nival que se produce la cordillera y el aporte constante que hacen las masas de hielo de los glaciares de la Cordillera de Los Andes. Los oasis han podido expandirse gracias al riego sistematizado por medio de diques, canales y pozos subterráneos, que han permitido la producción e industrialización de cultivos de vides, hortalizas y frutales. Sobre un territorio de alta fragilidad la competencia por el uso del agua surge como uno de los principales conflictos ambientales en la interacción oasis-secano: las áreas deprimidas del desierto ya no reciben aportes hídricos superficiales, pues los caudales de los ríos se utilizan íntegramente para el riego de la zona cultivada y el consumo de los asentamientos humanos. Esa misma competencia se verifica en el uso del suelo en los oasis, especialmente en el conflicto urbano-rural (Abraham, et al, 2011).Con un territorio íntegramente extendido bajo condiciones de sequedad, con diferentes niveles de desertificación, la provincia de Mendoza es un caso paradigmático de organización basada en una gran contradicción: la confrontación entre tierras secas irrigadas ?oasis? y tierras secas no irrigadas ?desierto?. Si a esto le sumamos los escenarios generados por el cambio climático, sobre todo relacionado con las fuentes de aprovisionamiento hídrico y las consecuencias en los patrones de uso del suelo, las sinergias entre estos procesos presentan alarmantes situaciones. Desertificación es causa y consecuencia del cambio climático y a su vez estos procesos aceleran la desertificación de los territorios afectados. Las principales causas que potencian los riesgos a la desertificación provienen de la debilidad de políticas integrales y de coordinación intersectorial, que se manifiestan en desequilibrios territoriales con efectos negativos sobre las dimensiones sociales, económicas y ambientales, políticas que históricamente se han mostrado prácticamente ausentes en el desarrollo del desierto, en contraste con la diversidad de políticas y promoción de actividades dirigidas a los oasis. En la actualidad los territorios no irrigados de Mendoza y sus habitantes son marginales, no por el sólo efecto de una naturaleza restrictiva sino por la acción combinada de un soporte físico limitado y frágil y de fuerzas sociales, políticas y económicas de mayor envergadura que las han ubicado en los márgenes del sistema. El análisis de la historia de la región informa que los espacios no irrigados funcionaron como proveedores de recursos naturales estratégicos para el desarrollo de las zonas irrigadas y de mano de obra para la puesta en marcha de las actividades productivas dominantes. Paralelamente, los territorios no irrigados fueron cercenados en el ejercicio de su derecho al acceso a recursos estratégicos para su reproducción social (agua, tierra e identidad) (Abraham y Torres, 2014).Cuando se formulan estrategias sólo para los oasis, se está decidiendo, por omisión, sobre el resto del territorio, que funciona como espacio marginal. Se trata entonces ?tomando la oportunidad que plantea la reciente Ley 8051 de Ordenamiento de los usos del suelo- de aceptar el reto de una planificación con criterio sistémico que articule la relación oasis-áreas no irrigadas en un proceso de complementación y no de competencia, para mitigar los efectos del cambio climático y prevenir, mitigar y recuperar los territorios afectados por la desertificación.Bibliografía de referencia:ABRAHAM, E. M. (2013). Tierras secas y desertificación en Mendoza, Argentina. En: CEPPARO, M. E, PRIETO, E., GABRIELIDIS, G. (Comp.), Rasgos de marginalidad. Diferentes enfoques y aportes para abordar su problemática. Malargüe, un ejemplo motivador. Segunda parte. Zeta Editores. Mendoza: 25-53, ISBN 978-950-774-236-1, 218pp.ABRAHAM, E. M. and L. TORRES (2014) ?Drylands Development Model in Argentina?s Central West: the Case of Mendoza Province?. 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