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El auge de la quinua en el comercio internacional ha generado un vivo debate focalizado en los impactos locales de la expansión del cultivo en los Andes, en particular en el altiplano sur de Bolivia, primera zona exportadora en el mundo. La degradación del suelo, la disminución del consumo local de la quinua, los conflictos territoriales, la erosión genética y la pérdida de biodiversidad serían las manifestaciones más comunes de este aparente desastre social y ecológico. Una investigación interdisciplinaria y participativa, llevada a cabo durante tres años en el altiplano sur de Bolivia, y prolongada por reflexiones comparativas de los estudios realizados en Chile y Argentina, nos permitió poner en perspectiva los profundos cambios observados en la región desde hace más de tres decenios. Se reevaluaron así una serie de indicadores relacionados no sólo con los factores agroecológicos (rendimiento de granos, diversidad genética, estructura del paisaje) sino también con las dimensiones socio económicas y culturales del agrosistema local (consumo interno, acceso a la tierra, relación agricultura/ganadería, sistema de actividades agrícolas y no agrícolas, organización social). Por tratarse de un agrosistema deliberadamente orientado hacia el comercio internacional, la apreciación de las vulnerabilidades y potencialidades de la producción de quinua se hizo también teniendo en cuenta las interacciones locales-globales, que sea a través de los sistemas de certificación orgánica y de comercio justo, de la información al consumidor final o de la promoción para la difusión de la quinua en el mundo. Con este enfoque integrado se invalidaron algunas afirmaciones que aseguraban la insostenibilidad de la producción de quinua en el sur de Bolivia. Sin negar la necesidad de un acompañamiento a las dinámicas agrarias locales por investigaciones científicas y políticas de desarrollo rural, se resaltan los dos riesgos que tanto la ciencia como las acciones de desarrollo hacen correr a los productores locales: por un lado, la imposición de un modelo de "mando-y-control" (command-and-control) multiplicando las normas agrotécnicas, y por el otro, la marginalización de las organizaciones de productores y de consumidores, ambos actores esenciales para garantizar la sostenibilidad agrícola y la soberanía alimentaria.

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