INCIHUSA   20883
INSTITUTO DE CIENCIAS HUMANAS, SOCIALES Y AMBIENTALES
Unidad Ejecutora - UE
libros
Título:
El vino y sus revoluciones. Una antología histórica sobre el desarrollo de la industria vitivinícola argentina
Autor/es:
MATEU, ANA MARÍA Y STEIN, STEVE
Editorial:
Editorial de la Universidad Nacional de Cuyo
Referencias:
Lugar: Capital - Mendoza; Año: 2008 p. 383
ISSN:
978-950-39-0230-1
Resumen:
El placer del vino, su pasado y su presente, fueron los caminos para que  una mendocina de “ pura cepa” y un  profesor norteamericano  se encontraran  en Mendoza en un cálido invierno del 2003 y decidieran  aunar  esfuerzos para compartir y concretar una  investigación sobre  más  de cien años de historia de la  vitivinicultura argentina. Ambos somos historiadores de profesión y a pesar de nuestros diferentes paisajes y entornos culturales, desde el primer momento logramos avivar la llama de nuestra común vocación por la historia e idéntica pasión por  el vino, uniendo  las perspectivas de quien mira los procesos a estudiar desde lejos con la de quien ama y vive en  una provincia  vitivinícola. En nuestras primeras charlas surgieron algunas de las preocupaciones que llevaron, como paso inicial, a la publicación de esta antología.  Por un lado, notamos la falta de una visión histórica integral de esta agroindustria, en otras palabras, una historia que siguiera a sus principales actores desde los inicios a fines del siglo XIX hasta la actualidad. Por el otro, en nuestras varias salidas al campo de la investigación vitivinícola encontramos una profusión de fuentes, estudios e informes sueltos, dispersos y hasta perdidos en los archivos que ofrecían información de gran profundidad analítica sobre los distintos periodos de la evolución de la industria.  Este material de tanta riqueza, que en parte reunimos aquí, está complementado por los artículos de investigadores científicos que con gran nivel han comenzado a dedicarse al tema en los últimos quince años.  Igual que los estudios de épocas anteriores, con pocas excepciones, los trabajos de este grupo no se conocen entre el público que se interesa en la evolución del vino en la Argentina.              En nuestra lectura, todavía en sus comienzos, de la información de los archivos, bibliotecas y hemerotecas, nos ha llamado mucho la atención la reiteración de problemas y de  posibles soluciones que, como el mito del  “eterno retorno “, se repetían una y otra vez por más de una centuria.  Esto puede resultar sorprendente al público en general e incluso a muchos bodegueros que en la actualidad desconocen que en los primeros pasos de la vitivinicultura argentina se prestaba mucha atención a los cepajes para lograr vinos de calidad o que se predicaba que la exportación sería un paso importante para el desarrollo de la industria, hasta sugiriendo la promoción de los vinos argentinos en los mercados  europeos, brasileños y asiáticos como salida para las crisis excedentarias, o que en la década del ‘30 ya se pensaba en la importancia de crear una escuela de sommeliers para “educar” a los consumidores. Para muchos, productores, comerciantes y consumidores, extranjeros y argentinos, la industria pareciera haber nacido en los años ‘90 cuando los vinos de algunos bodegueros como Nicolás Catena ganaban importantes premios en Europa y los Estados Unidos, ayudando a crear una imagen nueva y positiva internacionalmente para los vinos argentinos.  Irónicamente, no es muy conocida de qué tradición provienen estos “nuevos” vinos argentinos y de qué mágica mezcla de tierra y sol han surgido las uvas que los han hecho posibles.  Cada copa de vino que hoy admiran los especialistas está plena de historia, y es el resultado de muchos sueños y proyectos, algunos hasta centenarios.  Es cierto que el vino argentino comenzó a ganar en prestigio después de que ya en los 1980s había comenzado la extirpación de las cepas criollas y volvían a surgir el Malbec y aquellas otras variedades que propiciaron, entre otros don Aimé Pouget más de un siglo antes.  También es importante notar que el salto hacia la calidad sucedió en el contexto de una apertura económica que permitió que nuestros vinos fueran degustados en lejanos lugares del mundo.  Iniciativas trascendentales como la elevación de la calidad como meta principal en la producción del vino o la búsqueda de mercados de exportación como destino de importancia para los vinos argentinos fueron propuestos décadas antes por muchos observadores contemporáneos.  La pasión con que muchas fueron presentados solo fue igualada por la manera en que fueron desoídos por los actores más importantes de la industria, tardando así muchos años para cristalizarse. En este proceso poco conocido, con tantos vaivenes, avances y retrocesos, hubo muchos que se quedaron en el camino: familias, sectores laborales, bodegas, oficios, marcas, calidades….Sin embargo, todos ellos jugaron su papel e integran el  cuerpo y el  alma del vino de Mendoza.   Todo este proceso comenzó en la época colonial cuando los misioneros introdujeron cepas traídas de España para la elaboración de sus vinos de misa.  Hasta las últimas décadas del siglo XIX, sin embargo, el vino fue un elemento artesanal, mayormente para el uso propio de sus productores.  Es a fines de 1870 y durante la década del ’80 en que la industria como tal despega con la inserción del país en el circuito capitalista internacional.  Esto coincide con el arribo de inmigrantes la llegada del ferrocarril a Mendoza-- la región vitivinícola más importante-- y la terminación de importantes obras de irrigación.  Al tiempo que estos desarrollos abrieron nuevas posibilidades para el país y para la industria con la expansión del mercado interno y el aumento del consumo de vino, los sectores dominantes mendocinos realizaron importantes ajustes para hacer crecer el complejo agroindustrial  vitivinícola .  Mendoza, aunque alejada geográficamente del corazón del modelo agroexportador y sin gozar  de las ventajas de la fertilidad de las tierras de la pampa húmeda transformó  su  antigua tradición vitivinícola artesanal en una industria moderna  para lo que tuvo que comenzar a ganarle una batalla, aún inconclusa, al desierto. Muchas tierras fueron incorporadas al cultivo y muchos alfalfares fueron reconvertidos.  Además, al  no depender de las  inversiones extranjeras tuvo que luchar contra la falta de capitales e incluso llegar a fundar el Banco Provincia  para estimular la plantación de viñedos. No se organizó en torno de grandes extensiones de tierras; más bien permitió la subdivisión de la propiedad.  Y tuvo como propulsores a personas de origen mayormente inmigrante quienes estuvieron a la vez alentados por un grupo criollo dinámico que no solo no condicionó el  cambio sino que lo propició en acciones conjuntas con éstos a través de entidades gremiales que se fueron creando para crear lazos identitarios  y para  la defensa de la industria incipiente. Alentar el cambio, en esos momentos fundacionales, significó invertir en ambiciosos estudios científicos sobre riego que cristalizaron en las importantes obras de irrigación.  También significó promover los créditos bancarios, estimular las nuevas plantaciones a través de las exenciones impositivas y adoptar medidas para controlar el contenido y la “pureza” de los vinos. El accionar del Estado comenzó desde esta primera época a tener una influencia importantísima en la evolución de la industria con la adopción de aranceles aduaneros que virtualmente eliminaron la presencia de vinos importados.  Estos, junto con las otras regulaciones sobre la industria llevaron a la desmesurada protección de los intereses de los grandes bodegueros y terminaron imprimiendo características que se convirtieron en estructurales.  Estas fuertes influencias sobre el desarrollo de la industria vitivinícola ayudaron a definir las fuerzas motoras de su trayectoria a lo largo de casi un siglo: una orientación exclusiva hacia el mercado interno y el énfasis en la producción de grandes cantidades de vino, dejando de lado por lo general cualquier pretensión por la calidad. Algunos de los resultados más importantes de este modelo fueron: las crisis recurrentes  de sobreproducción; los conflictos intrasectoriales, sobre todo entre viñateros y bodegueros; la escasa incidencia de sociedades cooperativas para la producción de  uvas y vinos; la baja tecnificación; trabajadores mal pagos y poco calificados; y el apoyo del estado a los grandes productores que fueron los  principales beneficiarios. Estas tendencias iniciales se endurecieron en el tiempo y se combinaron para crear un modelo que persistió—unos años más, unos años menos-- un siglo. Recién a partir de 1990 se comenzó a dar en la Argentina una reconversión productiva que ha involucrado tanto a la viña como a la bodega.  En las viñas, algunos de los detalles más notables de la reconversión han sido la introducción de clones de alta calidad y la utilización de irrigación a goteo.  En las bodegas, la presencia de nuevos insumos tecnológicos, desde prensas hidráulicas de último modelo hasta barricas nuevas de roble francés y americano, han propiciado un salto espectacular en la calidad de los vinos.  Estas transformaciones se han hecho posibles con las nuevas formas de comercialización que enfatizan la importancia de los mercados de exportación para el futuro desarrollo de la industria, aunque sin descuidar el mercado interno que a su vez ha ido modificando sus gustos. Para este nuevo camino también ha sido crucial la aparición de nuevas fuentes de financiamiento, en gran medida de capitales europeas y norteamericanas.  Además, la progresiva integración del trabajo de viña con el trabajo de bodega ha venido jugando un rol importante en el persistente crecimiento de los vinos finos como parte de la producción global de la industria y en el aumento de las exportaciones.  Ya en 1915, la Argentina había llegado a ser el quinto productor del vino en el mundo, una posición que no ha abandonado hasta la fecha.  Con la reconversión, de ser un país que exportaba una ínfima proporción de esa enorme producción, se ha convertido en el noveno exportador mundial de vinos, y en las palabras de uno de los más prestigiosos “jueces” internacionales del vino The Wine Spectator, está “tomando su lugar entre las grandes regiones vitivinícolas del mundo”. Cuando inicialmente pensamos en esta antología nuestra idea era presentar las fuentes y artículos en orden cronológico.  Sin embargo, al ir coleccionando éstos, emergían una serie de temas que marcan claramente el desarrollo histórico de la industria.  De allí, la organización temática que, a nuestro juicio, constituye la mejor forma de esclarecer ese desarrollo.  La antología comienza con una sección dedicada a “Un siglo de historia vitivinícola”.  Contiene trabajos con visiones amplias de la evolución histórica de la industria vitivinícola.  El primero describe la llamada “época fundacional”, y explica como se implantó el modelo productivo y comercial que marcaría el desarrollo de la industria durante su primer.  También con un enfoque amplio, sigue un trabajo sobre el persistente conflicto entre la producción de grandes cantidades de vinos y el énfasis en la calidad como dinámica crucial en la evolución de la industria desde sus primeros días hasta la actualidad.  La próxima sección trata sobre “Los Bodegueros y sus Bodegas”.  Es este grupo que, a través de la historia, ha sido el más visible para marcar el perfil de la industria.  Pero si ciertamente estos empresarios han jugado un papel central en la determinación de los caminos del vino argentino, sus percepciones de las necesidades y preferencias de los eventuales compradores de su producto han ejercido una fuerza enorme para la toma de decisiones.  Este es el tema de la tercera sección, “Expansiones y Contracciones en el Mercado de Consumo”.  Cualquier iniciativa para la industria vitivinícola ha estado y sigue siendo condicionado por la disponibilidad de tecnología y por ello la cuarta sección describe las “Evoluciones Tecnológicas” desde los albores de la vitivinicultura moderna a mediados del XIX hasta el presente.  La evolución de la industria del vino en la Argentina no ha seguido la forma de una simple curva ascendente. Al contrario, ha experimentado momentos de profunda crisis en toda su historia.  La última sección, “Tiempos de Crisis”, justamente examina algunos de los crisis más graves, desde la primera en 1901 hasta la difícil década de 1980.   Unas últimas palabras sobre los textos que aquí presentamos. Nos hemos tomado la libertad de editar las fuentes-- con indicación precisa de la obra y las páginas--  para poder sintetizar o condensar las ideas en torno a los temas aquí analizados. Incluso les hemos cambiado los títulos en una licencia tal vez osada. Los trabajos de investigadores actuales  han sido escritos para esta antología o  han sido revisados, actualizados y editados, motivo por el que, desde ya, reciban nuestros colegas nuestro sincero agradecimiento por tanto entusiasmo demostrado.  .