INCIHUSA   20883
INSTITUTO DE CIENCIAS HUMANAS, SOCIALES Y AMBIENTALES
Unidad Ejecutora - UE
capítulos de libros
Título:
“Abracadabra…. El desierto se hace visible!”
Autor/es:
MONTAÑA, ELMA
Libro:
Bases científico técnicas para una red de miradores de paisaje cultural de Mendoza
Editorial:
Dirección de Cultura, Gobierno de Mendoza
Referencias:
Lugar: Mendoza; Año: 2010; p. 46 - 47
Resumen:
Si un desprevenido habitante de la ciudad visita los viñedos, los olivares y las huertas de Mendoza puede que se encuentre con espacios relativamente “vacíos”, con lugares en los que pasan pocas cosas, todas parsimoniosas. Si este citadino se une a otro despreocupado habitante de estas zonas cultivadas para visitar el desierto mendocino, probablemente encuentren poco o no encuentren “nada” (nada de lo que conocen) y se hallen con un gran espacio vacío, despoblado, improductivo… un vasto océano de aridez.  Estos observadores se encuentran limitados por una particular situación relativa a la interpretación y la comunicación. Lo que les ocurre es que no manejan los códigos para interpretar paisajes que les son ajenos, por lo que no logran “ver” las riquezas de estilo de vida fuertemente ligado a una naturaleza árida y, para ellos, el desierto constituye un espacio invisible (Montaña et al., 2005). A partir de allí, son escasas las posibilidades que tendrían de valorarlos, al menos en un esquema que incluya la riqueza de esas complejas relaciones espacio-sociedad y naturaleza-cultura que se producen en el desierto. Para el caso de los habitantes urbanos y rurales de los oasis de Mendoza, esto encuentra algún grado de explicación en el plano de las representaciones sociales. Es que los mendocinos reconocen su identidad en una construcción histórica que combina diversos factores geográficos, demográficos, culturales y políticos. Entre ellos destaca, como un modo de vida más o menos compartido, la organización de la sociedad local en torno a una causa común: vencer al desierto. Los mendocinos están orgullosos de la manera en la que han sabido domar ese medio hostil y moldearlo de acuerdo a sus necesidades. El período de entre fines del s. XIX y principios del XX, época durante la cual se realizan las grandes obras de infraestructura hídrica y la economía regional se reconvierte hacia el llamado modelo vitivinícola tradicional, es recordado como una época de oro en la que "los mendocinos tenían un proyecto". Uno de los aspectos relevantes de ese modelo es el haber constituido el modelador del territorio mendocino, de manera directa y explícita en los oasis e indirectamente y por omisión en los territorios no irrigados. Es durante ese período cuando se instala una espiral de desinversión y pérdida de dinamismo y las áreas no irrigadas quedan definitivamente relegadas. En la esfera socio-económica, las consecuencias más notables de esta larga cadena de pérdidas comienzan a dejar un claro registro en los niveles de pobreza de la población del árido, que paulatinamente se transformarán en el elemento más característico de estos espacios periféricos. Ya a iniciado el siglo XXI, Mendoza se reconoce y es conocida como una provincia vitivinícola (de la “nueva vitivinicultura” de exportación) y el paisaje instalado en el imaginario colectivo de la mayoría de los lugareños y visitantes es el viñedo, la calle bordeada de árboles, las acequias que riegan viñedos y árboles y la Cordillera de los Andes como telón de fondo. En el marco de las nuevas tendencias del turismo en tiempos de globalización, que imponen a los te­rritorios sujetos a usos turísticos crecientes exigencias de singularidad y autentici­dad como requisitos de competitividad, Mendoza ofrece como atractivo su cultura local. Por ello, las políticas del gobierno de la provincia destinadas a potenciar esta actividad así como las acciones de los operadores turísticos se apoyaron en el patrimonio natural de la provincia (cordillera, Aconcagua) pero ahora también en una fuerte valorización de diversas formas objetiva­das de la cultura mendocina, dentro de las que destacan las que se encarnan en sus paisajes culturales (tanto urbanos como rurales), en sus bienes ambientales, geosímbolos y artesanías, como así también en las prácticas culturales específicas y distintivas de Mendoza (fiestas, vida cotidiana, vino y cocina local). En este marco, la valorización turística de Mendoza de los últimos años alcanzó a los viñedos y bodegas, al sistema de riego, a sus múltiples cauces y obras de arte, a sus calles arboladas y al sistema de acequias, a sus parques urbanos y a la ya reconocida fiesta de la vendimia. El turismo vitivinícola también creció significativamente durante los últimos años: la tradicional excursión a la alta montaña ha ido perdiendo su primacía al tiempo que la cordillera aparece más bien como telón de fondo de “los caminos del vino”, el “turismo de bodegas”, “el rally de las bodegas”, el “museo del vino”, los circuitos en bicicleta “Bikes & Wines”… todos ellos destinos nutridos por los mismos contenidos de esa identidad oficial construida en torno a los domadores del agua. Y mientras que acequias, árboles y viñedos constituyen símbolos de una identidad hegemó­nica que exalta la gesta de una sociedad exitosa sobre una naturaleza hos­til, las es­pecies me­nos frondosas y la flora nativa son despreciadas, como es minusvalorado lo indí­gena y lo andino en las identidades regionales. Es aquí donde se hace imperiosa la necesidad una estrategia de interpretación y comunicación que revele los significados e interrelaciones que a veces pasan inadvertidos y que proponga –al mismo tiempo- una visión integrada y holística que permita valorar ambos paisajes con mayor justicia, sin que uno se exalte por desmerecimiento del otro sino que ambos resalten las riquezas de sus patrimonios. De allí la importancia de contar con una Red de Miradores del Desierto tal como ésta está concebida, que redundaría no sólo en la ampliación y valorización de la oferta turística de Mendoza sino en mayores oportunidades para el desarrollo de las comunidades del desierto y, como trasfondo aunque quizás en primer término de relevancia, en un tardío reconocimiento a los grupos sociales que lo habitan, a su cultura y a su estilo de vida en general.