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Las recientes elecciones presidenciales del 23 de octubre llevaron al descubierto viejas tensiones aún vigentes entre los activismos de mujeres, sobre todo, entre los feminismos. Efectivamente, en el marco de una sociedad hegemónicamente masculina el hecho de que una mujer sea re-electa como presidenta, al menos desde la perspectiva ciudadana, debería haber sido festejado por quienes históricamente vienen luchando por la equidad de género. Llamativamente, ésta no ha sido la respuesta inmediata y mayoritaria en los circuitos feministas[1]. Desde la llana indiferencia al explícito repudio de quienes se alegraron por el resultado de las elecciones, las intervenciones no sólo dieron cuenta de la caducidad de los argumentos biologicistas que sostienen una lectura esencial de la feminidad una mujer podría representar a todas las mujeres o la esencialidad femenina de la presidenta la haría susceptible a las demandas específicas de las mujeres- sino que fundamentalmente visibilizaron un escollo aparentemente irremediable en el ideario feminista: la política partidaria. En la presente ponencia nos proponemos reflexionar sobre algunas de las vicisitudes que ha presentado la participación política partidaria de las mujeres, específicamente en relación al activismo feminista y durante la década del setenta, concibiendo que fue en ese período cuando se afianzaron los principios que forman parte de la política feminista actual, constituidos en aparente contraposición a las lógicas de participación partidaria. [1] Llegamos a estas conclusiones a partir del análisis de las intervenciones después de las elecciones en la principal lista de comunicación femenina, coordinada por activistas feministas, RIMA (Red Informativa de Mujeres de Argentina).