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Hasta el advenimiento del peronismo, la escena política argentina estuvo caracterizada por la aguda polarización entre las fuerzas conservadoras, herederas del diseño institucional y del proyecto de país forjados a partir de la década de 1880, y la Unión Cívica Radical, impugnadora de las facetas oligárquicas de ese régimen político. Particularmente tras la aplicación de la ley Sáenz Peña a partir de 1912, que consagró el inicio de la política de masas, los conservadores se encontraron en franca desorganización. Sin embargo, jugaron un papel crucial en el desenvolvimiento y en la crisis de la primera experiencia democrática, clausurada en 1930 por el primer golpe de Estado de la Argentina moderna. Durante los años treinta, las fuerzas conservadoras, reorganizadas en el Partido Demócrata Nacional con la confluencia de organizaciones partidarias de otro signo (radicales antipersonalistas y socialistas independientes), se convirtieron en el nuevo oficialismo. Decidido a vedarle a su proverbial antagonista el acceso a las posiciones de poder que le deparaban las urnas, recurriendo a todos los medios a su alcance, la denominada Concordancia hizo un uso extendido del fraude electoral, estigma característico del viejo orden conservador. Indudablemente, tanto en el ejercicio del gobierno como en el de la oposición, los conservadores conformaron un actor político decisivo en la primera mitad del siglo XX. A pesar de ello y con contadas excepciones, no han sido objeto de un abordaje sistemático por parte de los historiadores. La presente ponencia se propone examinar la trayectoria de las fuerzas conservadoras durante la entreguerra, trazar un estado de la cuestión acerca del tratamiento historiográfico recibido y plantear una agenda posible de cuestiones a relevar, desde las concernientes a la ingeniería partidaria hasta las referidas a su cultura política, pasando por sus prácticas.

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