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La tendencia al secreto, al lenguaje con frecuencia oscuro que vuelve difícil el acceso al sentido constituye la impronta de buena parte de la literatura medieval. No es probablemente ajeno a esta circunstancia el hecho de que en el siglo XII, un grupo de pensadores de la escuela de Chartres sostuviera que los autores de la Antigüedad envolvían su pensamiento más profundo con el integumentum, es decir, el velo, asociado siempre a la veritas, que el autor disimula y el comentador es capaz de descubrir. En ese sentido, el Perceval de Chrétien de Troyes resulta paradigmático en la medida en que su protagonista y sus lectores- tropiezan, en determinados momentos, con niveles de significación que parecen obstinarse en mantener oculto su sentido. En el comienzo mismo del texto, la metáfora del grano de trigo pone en evidencia el concepto de una verdad enigmática a la que solo se accede tras el lento proceso de la germinación, que conduce de la ruptura de la corteza al acceso al meollo, es decir, al secreto develado. Portador de diversas facetas de lo oculto el secreto de los orígenes familiares, el de la madre, el de la crucial escena del Grial , la última obra de Chrétien, por su carácter esencialmente inconcluso, parece elevar a la categoría de emblema el secreto que todo texto se resiste a entregar.