PROGRAMA NACIONAL CIENCIA Y JUSTICIA

Luciano Merini: ecotoxicología para resolver casos forenses desde la ciencia

El investigador del CONICET busca soluciones ecológicas a problemas causados por contaminantes en el medio ambiente y podría actuar como perito en causas ambientales.


¿En qué se parecen un centenar de plantas adentro de un invernadero criadas como promesa para remediar suelos contaminados con un puñado de pelos que son la única prueba extraída de una escena del crimen y podrían ayudar a resolver un caso? En que ambos pueden estar bajo la lupa de Luciano Merini, un científico híbrido, bioquímico, toxicólogo, doctor en biotecnología e investigador adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de La Pampa. Es un científico híbrido, porque con su formación de base se dedicó a estudiar desde la física, la química y la bioquímica muestras forenses, y luego, en su doctorado, se volcó hacia la exotoxicología, en la resolución de problemáticas ambientales ofreciendo soluciones ecológicas para la remediación. Hoy, trazando un círculo virtuoso de su recorrido y como flamante incorporación al Programa Nacional Ciencia y Justicia del CONICET, vuelve a su primer amor: el de rastrear muestras para asesorar como perito al sistema judicial. Y además pone a disposición su experticia en temas ambientales que lleguen a la Justicia.

“Es verdad que tengo dos líneas: una es la ambiental y otra la toxicológica. Pero son dos líneas alternativas que se construyeron una sobre la otra. Uso ambas líneas en ambos lados”, confiesa Merini. Desde niño sentía curiosidad por la mezcla de sustancias: en su casa jugaba a armar explosivos caseros y era reprendido por comerse las espirales antimosquitos. A los 8, le regalaron su primer juego didáctico de química. A los 18, desde Chaco, donde pasó su infancia, decidió mudarse a Corrientes para estudiar bioquímica. Desde allí, al terminar la carrera, dio el salto hacia Capital Federal para especializarse en Toxicología en el Centro de Asesoramiento Toxicológico Analítico (CENATOXA), que funciona dentro de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires (UBA). “Hasta entonces, hacía análisis bioquímico. Pero me parecía que le faltaba lo novedoso, era muy rutinario y previsible. Como siempre fui muy curioso, en el análisis toxicológico de sustancias -con esa cuota de investigación forense- encontré mi verdadera vocación”.

Es que las muestras toxicológicas pueden ser muchas: desde un papel, una fibra o un pelo, hasta cualquier objeto, en apariencia intrascendente, que puede ser vital y plausible de analizar en pos de resolver un caso forense. “Esa diversidad hace que los conocimientos que uno tiene y que parecieran ociosos o misceláneas, empiecen a tener sentido: la naturaleza química de las cosas, por ejemplo. Todo te sirve para hacer inferencias. Por eso yo digo que la toxicología forense es una disciplina en la que se puede aplicar todo”.

 

De las sustancias a los ecosistemas

Después de su experiencia en el CENATOXA, la posibilidad de cursar un doctorado acercó a Merini a la toxicología ambiental: se abocó, desde 2005, a desarrollar una perspectiva biotecnológica. Comenzó a estudiar el uso de herbicidas en el agro y sus dinámicas en el ambiente, específicamente, tratando de diseñar estrategias biotecnológicas para problemas de contaminación ambiental. “Mi tarea fue y sigue siendo interpretar su toxicidad y su comportamiento en el ambiente desde la ecotoxicidad”.

Aunque siguió conectado a la toxicología legal como docente, fue marcando su propio surco dentro de la vertiente biotecnológica, un ámbito que históricamente era nicho de ingenieros. “Es un área completamente nueva, que tiene pocos años de existencia, e interesante para integrar –dice-, porque permite investigar y también resolver desde la transferencia problemas ambientales”. La biotecnología aplicada que él practica apunta a la fitorremediación de los suelos, es decir, a identificar especies vegetales y microorganismos que, incorporados a suelos contaminados, permitan resolver problemas ambientales.

Su línea de investigación original se centró en la contaminación de los suelos provocada por el uso de herbicidas en el agro. “Los herbicidas comenzaron a generar una preocupación a nivel ambiental en el año 2000, a partir del crecimiento exponencial de su uso, que provocó modificaciones en el uso de suelo y en el sistema de producción agrícola en general”. Merini se enfocó en diseñar estrategias para reducir el impacto de su uso extendido. “La idea era encontrar una especie vegetal capaz de degradar contaminantes del suelo. Criar especies de plantas aisladas, para luego insertarlas en los suelos contaminados y mitigar sus efectos nocivos”.

“Poner una planta donde está todo regado con herbicidas es difícil, porque estos están específicamente diseñados para matarlas, el uso intensivo de herbicidas presiona sobre la naturaleza, que responde a través de nuevas especies tolerantes”, dice. Aun así, Merini logró dar con algunas especies candidatas, que cumplen con una serie de requisitos tecnológicos para ser aptas para el objetivo que se propuso este investigador. “La idea es plantar donde están los herbicidas, abordar los suelos contaminados cultivándolos selectivamente para reducir su contaminación”. La incorporación sería aplicable, además de en suelos de agro, en grandes derrames de hidrocarburos y en zonas con metales pesados.

En esa instancia está ahora. Pero antes, hizo algunos ensayos piloto. Como el que realizó en un campo en la zona de Ramallo. “Allí, en una plantación de maíz donde se había aplicado atrazina como herbicida asociado, una vez terminado el ciclo productivo vimos que quedaba el veinte por ciento del herbicida aplicado originalmente en los suelos. Eso contribuía a que ese campo estuviera parado desde marzo hasta agosto, hasta que se terminara de degradar el contaminante y comenzara la nueva campaña. En ese campo practicamos intersiembras con cultivos de Lolium multiflorum, que mejoraron las características del suelo, la erosión y permitieron bajar los niveles de contaminante mucho más rápidamente”, recapitula el científico. También está en desarrollo un proyecto piloto de nuevas plantas y microorganismos para ser aplicados en suelos degradados por la explotación minera.

Un punto importante de su trabajo, que subraya Merini, es que cada caso es particular: no se puede diseñar la misma tecnología para aplicar a diferentes cultivos. Siempre depende muchas variables: de las características del suelo, del clima, de los ciclos de producción, de los antecedentes, del tipo de contaminante.

Con su experiencia a cuestas, Merini ahora se incorpora al Programa Ciencia y Justicia, para actuar como perito en el área de toxicología de sustancias y también en eventos de contaminación ambiental. “Muchas veces no son casos accidentales. Son casos vinculados a la explotación minera, petrolera, al mal manejo de los residuos, y se necesitan integrar muchas disciplinas para terminar armando un escenario en el que se puedan establecer responsabilidades o esclarecer la línea de eventos”, asegura. Y si bien en los últimos años se dedicó a lo ambiental, también retomará la línea de toxicología clásica. Para analizar desde muestras cadavéricas de la escena del crimen hasta cualquier evidencia: drogas, medicamentos, tóxicos. “La perspicacia que se necesita y la lógica me entretiene mucho. Es algo desafiante, complejo, y siempre tiene matrices inesperadas: no es lo mismo analizar un residuo de medicamento en un polvo que sobre una tela. Quiero poner lo mejor de ambos mundos en los que me especialicé –asegura-, al servicio de la Justicia”.

 

Por Cintia Kemelmajer

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