CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES

Las voces de las mujeres

La investigadora Marina Becerra habla sobre el femicidio, el rol de la sociedad y la asignación de roles preestablecidos.


El 30 de abril el Comité Académico de Género de la Asociación de Universidades Grupo Montevideo (AUGM) publicó un comunicado ante los femicidios y episodios de violencia de género que sacudieron a la Argentina durante ese mes.

“Abril ha sido un mes particularmente doloroso en nuestro país donde se registraron 30 femicidios, y aún hay niñas y mujeres desaparecidas y tememos que, si no se implementan acciones eficientes de manera inmediata, finalmente sean encontradas muertas”, dice el texto.

La violencia de género y el femicidio han sido largamente invisibilizados en los medios de comunicación – y muchas veces tratados como ‘casos aislados’ – y recién en los últimos años la temática, que afecta a miles de mujeres, comenzó a ganar espacio en las páginas de los diarios.

Marina Becerra es investigadora adjunta del CONICET con sede en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEGE) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), y representa al IIEGE en el Comité Académico de Género de la AUGM, una red de universidades públicas de América Latina que reúne a académicxs de Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, Paraguay y Bolivia.

“Desde hace más de 10 años en el Comité de Género de AUGM venimos realizando diversas actividades en forma conjunta. En estos días, preparamos colectivamente este comunicado porque consideramos que, como profesoras e investigadoras de diversas universidades de la región, tenemos un compromiso ineludible en relación con las problemáticas que ocurren en nuestras sociedades latinoamericanas; y también una responsabilidad como ciudadanas, que tiene que ver con la lucha por una sociedad más equitativa,  sin discriminación por género”, asegura.

Becerra explica que las relaciones de género son relaciones de poder. “La sociedad es desigual y estas diferencias se reproducen cada día en la vida cotidiana de todas las personas, y en diferentes ámbitos, e impactan diferente según el género”, agrega.

 

¿Los femicidios son reflejo de estas desigualdades?

Claro, son un síntoma de una estructura social dispar y patriarcal, que está conformada por relaciones de poder y una asignación desigual de los recursos, del acceso a los bienes materiales y simbólicos, de los derechos, de la distribución de los cuerpos en determinados espacios o del uso del espacio público. Por ejemplo, a las 12 de la noche una mujer no puede andar sola por una plaza por miedo a lo que le puede pasar. Hay cuestiones que tienen que ver específicamente con el género y no se reducen al rol o la clase social. A eso lo llamamos  sexismo y tiene que ver no solo con la discriminación que sufrimos las mujeres sino también todos los grupos de las disidencias sexuales, aquellxs que no siguen la norma heteropatriarcal, binaria y jerarquizante, que decide que hay ciertas conductas esperables para los varones y otras para las mujeres.

 

¿Cuáles son esas conductas esperables?

La forma en que se estructuraron históricamente las relaciones de género resultó en determinados estereotipos. Hay derechos que la sociedad asigna  según el sexo, y el sexo se adjudica al nacer en función de determinadas características anatómicas. Si la sociedad nombra a ese nuevo ser como una nena, hay una serie de comportamientos esperables que van en una dirección muy distinta si la sociedad dictamina que el recién nacido es varón: juguetes, colores, espacios, actividades de recreación y deportivas. Y quienes no se adaptan sufren los efectos, porque se sanciona con invisibilización, marginación y vulnerabilidad a lxs que se apartan de esos caminos ‘esperables’ definidos como ‘normales’.

 

¿Esos estereotipos tienen un correlato con la violencia de género?

El caso extremo es el femicidio pero es el producto de una sociedad que los reproduce en forma acrítica, y que adjudica determinadas ‘esencias’ a las mujeres, que dice que tienen que tener una ’naturaleza’ maternal, y que está basada en el amor romántico y la abnegación. Entonces a lo largo de la historia los trabajos de cuidado de lxs otrxs, como la maternidad, el magisterio y la enfermería recayeron en ellas. En esa estructura patriarcal lo masculino se sigue definiendo como aquello relacionado con la razón, lo universal, la abstracción, la fuerza, la potencia, la competitividad, la agresividad, lo activo. Y lo femenino sigue siendo representado mayoritariamente como el ‘resto‘, el ‘complemento’: las emociones, lo particular, lo pasivo, lo receptivo, el cuerpo y sus derivados considerados “naturales” como la versión estilizada de la maternidad –reducida a una dimensión meramente biológica-, la debilidad, la naturaleza.

 

¿Cuándo comenzó ese proceso?

En la Argentina eso se consolidó históricamente hacia fines del siglo XIX a partir del código civil de 1869 que seguía los códigos napoleónicos de la época, donde se confirma la inferioridad jurídica de las mujeres. A fines del siglo XIX e incluso principios del XX había una cantidad de derechos que no podían ejercer las mujeres y para los que tenían que pedir la autorización del padre o del marido como por ejemplo, participar en juicios, recibir herencias o salir del país. ¿Entonces, a qué debía ‘parecerse’ una mujer? Las imágenes hegemónicas la presentaban como ‘el ángel del hogar’, sumisa y tierna. Esos estereotipos no son reproducidos solamente a partir de un sentido común acrítico, sino que también en esa época  tenían una justificación que se pretendía ‘científica’ y que se basaba fundamentalmente  en la biología.

 

¿Existe un correlato entre la violencia de género en ese entonces y ahora?

Si, porque estamos hablando de una sociedad que sigue siendo patriarcal y sexista. Antes los crímenes que sufrían las mujeres a manos de sus ex parejas, parejas, padres u otros no eran conceptualizados como hoy en día en los términos específicos de violencia de género y femicidio. Se basan en las relaciones de poder entre los géneros, que siguen estando institucionalizadas y avaladas socialmente. Por ejemplo, cuál es la relación entre el supuesto de que las mujeres deben ocuparse de la crianza de lxs niñxs (propixs y/o ajenxs) y también de las tareas domésticas (propias y/o ajenas) y el imaginario de la masculinidad potente y agresiva, y cuyo subtexto sería: “el más fuerte soy yo –varón- y tengo derecho sobre el cuerpo de las mujeres”. O el nexo entre un Estado que sigue considerando al aborto como un delito, y el hecho de que las mujeres no puedan disponer libremente de sus propios cuerpos, ni siquiera en espacios públicos. Por ejemplo, como decía recién, el no poder circular a las 12 de la noche por un parque por temor a que pase algo. Y tenemos totalmente naturalizada esa conducta, la consideramos ‘normal’.

 

¿El hecho de no salir a la calle con polleras cortas o escotes es también un ejemplo de violencia simbólica? ¿Por el “No salgas así porque algo te va a pasar”?

Claro, y lo más violento es la culpabilización de la víctima: “Y qué querés, si salió así vestida”. ¿Por qué no puede salir vestida con minifalda? Es una sociedad que establece hasta dónde las mujeres se pueden (des)vestir, cuándo, para quién, de qué manera, en qué lugar, en resumen, qué pueden hacer con sus cuerpos y qué no. Como decía, otra forma de disciplinamiento de los cuerpos de las mujeres es el hecho de que el aborto siga siendo considerado un delito. Entonces, si no hay legalización del aborto, y si no se aplica el programa nacional de educación sexual integral con perspectiva de género en todos los niveles educativos y atravesando todas las disciplinas científicas, y sin políticas públicas de cuidados, es muy difícil desarmar algo de esto, porque muchxs profesionales que trabajamos en diferentes espacios vamos a seguir reproduciendo ese tipo de miradas, que tenemos naturalizadas.

Marina Becerra es investigadora adjunta del CONICET en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEGE), de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
En esa Universidad realizó su licenciatura en Sociología y su Doctorado en Ciencias Sociales. En la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) realizó además su Maestría en Ciencias Sociales con Orientación en Educación.

Por Ana Belluscio.