CIENCIAS BIOLÓGICAS Y DE LA SALUD

¿Cómo se prepara la vid para pasar el invierno?

Francisco González Antivilo becario posdoctoral del CONICET estudia la resistencia al frío de la planta de la uva en los viñedos mendocinos durante la etapa de dormición con el objetivo de poder pronosticar y evitar daños.


El ciclo anual de la vid se fracciona en dos gran etapas: la vegetativa en la que se generan los brotes de los que luego surgirá finalmente la uva y un período de dormición en la que la planta ya sin hojas acumula reservas para pasar el período invernal y recuperar fuerzas para la fase siguiente. Cada una dura aproximadamente medio año, mientras la vegetativa comienza a principios de la primavera y se prolonga hasta el fin del verano, la dormición principia junto con el otoño y culmina al finalizar el invierno.

Al igual que muchos árboles frutales la vid necesita una estación de reposo, por eso para poder desarrollarse adecuadamente necesita de climas templados, con cuatro estaciones bien definidas en relación a su temperatura media. Si bien el invierno resulta un período adverso para la vid, es a la vez una etapa necesaria para que acumule las energías que luego le permitirán ser fructífera.

“Por motivos adaptativos la planta de la uva necesita estímulos propios de la llegada del invierno, tanto del frío como del acortamiento de los días. En las condiciones de un clima calido todo el año las producciones resultan más pobres y la plantación puede resultar menos sostenible. En brasil o en climas más calidos (al no pasar por el proceso de dormición) la cosecha se realiza dos veces al años pero estas no llegan a los mayores estándares de calidad y la planta se agota muy rápido”, explica Francisco González Antivilo, becario posdoctoral del CONICET en el Centro Regional Mendoza – San Juan del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), quién estudia qué ocurre con la vid durante la etapa de dormición.

Al detectar el ingreso en la etapa de dormición las plantas aprovechan la energía y minerales que contienen sus hojas y lo redirigen a su estructura permanente (tronco y raíces) para reciclarlo en forma de nutrientes como fósforo y nitrógeno.

“Durante la dormición la planta sufre varias transformaciones a nivel anatómico. Las yemas donde se producen los brotes se cubren de una capa dura que sirve de escudo y generan una especie de abrigo interno para cubrirse del frío. El resto de la planta acumula jugos que hacen descender el punto de congelación del agua por debajo de los cero grados centígrados. Gracias a este último mecanismo, las células permanentes pueden sobrevivir durante el invierno, se trata de la misma estrategia que nosotros utilizamos cuando le echamos anticongelante al auto”, explica González Antivilo.

Además, como parte del mecanismo de defensa de la planta contra las heladas, los tejidos se endurecen, pierden su verde estival y se ponen marrones. Muchos de estos cambios morfológicos pueden ser fácilmente advertidos por un observador no especializado, aun si saber demasiado sobre su significado.

“La etapa invernal del la vid es aparentemente invisible, pero en realidad ocurren procesos de gran importancia y a los que hay que estar atentos. Hay un termómetro en la planta que le va indicando la temperatura, básicamente por dos motivos: reajustar su mecanismo de defensa al frió y poder advertir el avenimiento de la primavera para prepararse para la brotación. No se sabe cuál es ese sensor, pero sí que la planta sensa la temperatura ambiente. Eso lo sabemos porque la resistencia al frío se va modificando de acuerdo a los cambios de temperatura (aumenta o tiende a desaparecer según sea necesario)”, explica el investigador. “Para el ingreso en la dormición el citocromo de las hojas detecta el acortamiento de los días, pero para brotar se tiene que vale solamente de su censor de temperatura porque en ese momento no tiene hojas”, agrega.

Una de las tareas de investigación de González Antivilo es medir la resistencia al frío de las plantas de uva en los viñedos de mendocinos. Esto sirve para, en caso de que haya heladas fuertes, poder estimar el volumen del daño así como verificar en caso de muerte de plantas si el frío es efectivamente el causal de la misma o si intervinieron otros factores.

“Lo que nosotros podemos hacer en laboratorio es simular distintos niveles de temperatura para conocer la resistencia de las plantas de los diferentes viñedos de Mendoza. Llevar adelante esta tarea en campo sería impracticable, pero los simuladores permiten copiar exactamente las heladas que tienen lugar en nuestra provincia”, comenta González Antivilo.

La posibilidad de contar con un simulador de temperatura para realizar experimentos permite genera información local sin tener que depender de extrapolaciones de lo que ocurre en otras partes del mundo. De acuerdo al investigador, “este método se usa hace 30 años en Estados Unidos. Mi intuición era que nuestras plantas son menos resistentes que las de allá -acá tenemos temperaturas menos frías y, generalmente, el mismo nivel de daños- pero sólo lo pudimos corroborar cuando tuvimos un simulador propio”.

Como el daño que producen las heladas resulta muchas veces heterogéneo, incluso al interior de un mismo viñedo, los investigadores toman diferentes tejidos teniendo en cuenta a qué órgano corresponde, la fecha en que fue tomado y el lugar de procedencia y calculan su resistencia al frío.

“Cada planta tiene una historia propia, llegó de una determinada manera a la dormición. Hay algunas a las que llega menos agua o tienen menos masa de hojas así como hay sectores más fríos que otros dentro de un mismo viñedo”, señala el investigador.

En Mendoza las heladas pueden ser de diferente tipo: las más regulares son aquellas que se producen durante la etapa de dormición de la vid, las tardías ocurre a principios de la primavera cuando la planta empieza a brotar. “El frío de esta de estas últimas puede no ser tan intenso como el de la heladas invernales, pero alcanza para dañar el brote nuevo que sale de la yema. Se trata de brotes verdes, muy hidratados y, por lo tanto, susceptibles de congelarse”, explica Gonzáles Antivilo.

Sin embargo, en las heladas primaverales lo que suele perderse es la cosecha de un año específico, sin que se vea afectada la estructura permanente de la planta ni la posibilidad de que la misma ofrezca una buena producción en las vendimias siguientes. En cambio, las heladas de comienzos del otoño o fines del invierno pueden llegar a causar hasta la muerte de la vid -especialmente cuando se trata viñedos jóvenes- al producir el congelamiento de troncos y raíces.

De acuerdo a González Antivilo, lo mejor que pueden hacer los productores por el momento para mitigar el efecto dañino de las heladas es llevar adelante estrategias de tipo pasivo dado que los métodos activos, como tratar contrarrestar el frío por medio de calentadores, no están suficientemente estudiados. “Es recomendable hacer los posible para que las plantas lleguen en el mejor estado posible al momento de la dormición, que cuenten con un buen follaje para que puedan reciclar en su estructura permanente la energía necesaria para pasar el invierno lo mejor posible”, concluye.

Por Miguel Faigón